En 1938 el poeta francés André Bretón, proclamado padre del surrealismo, viajó a México con el propósito de visitar a Liev Davídovich, mejor conocido como León Trosky, quien se encontraba exiliado en ese país. La visita del francés tenía como propósito fundamental la elaboración de un manifiesto dirigido a los escritores y artistas revolucionarios con el que llamarían a la creación de una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios, para cuya construcción acudía al sabio consejo del revolucionario exiliado.
Un punto sobre el cual estribaron muchas horas de discusión entre Trosky y Bretón fue el de la independencia que debían tener los artistas para desarrollar su arte sin presiones intelectuales y mucho menos materiales. Se clamaba por una libertad dentro de la cual todo estaba permitido en el arte; dicha libertad sería la única salvación, argumentaban. Una de las expectativas que con dicho manifiesto querían satisfacer era la de gritarle al público que el arte podría servir de contrapeso para las organizaciones estalinistas y fascistas que empezaban a pulular en Europa.
Ya se escuchaban en Europa los rugidos de los tanques rusos y alemanes que empezarían a invadir países al este y oeste del conteniente, dando inicio a lo que terminaría siendo la Segunda Guerra Mundial.
Esa libertad que en aquel entonces demandaban los artistas autodenominados revolucionarios es uno de los derechos, tal vez el más importante, sobre los cuales están cimentadas las democracias. Tal libertad no sólo debe extenderse a las expresiones artísticas, sino a cualquier tipo de expresión individual o colectiva. No es posible concebir una democracia real sin libertad de expresión, por incómoda que en ocasiones resulte.
Durante la crisis desatada por la pandemia del coronavirus (COVID-19) no han sido pocas las voces que han llamado a una unidad y a un cese de hostilidades (principalmente mediáticas) contra los gobernantes de turno. El propósito de tal llamado es evitar que los gobernantes se desconcentren y desvíen energías en responder a tales hostilidades en lugar de invertirlas en la adecuada administración de la crisis.
No obstante la intención loable del llamado, debemos tomarlo con guantes de seda ya que puede contener una bomba antidemocrática en su interior.
Un tema coyuntural de la presente crisis es que se desató en una época muy próxima a las elecciones regionales (antes de cumplirse los 100 días) en las cuales los actuales gobernantes resultaron elegidos. Es usual que, durante los primeros meses, incluso durante el primer año, los recién elegidos gobiernen con un aura de gloria y perfección. Los apoyos populares recién ratificados en las urnas crean gobernantes empoderados y casi dictatoriales, quienes, ayudados por audaces asesores mediáticos y de imagen, despiertan aplausos y vítores ensordecedores en redes sociales.
Esta situación crea, per sé, condiciones propicias para que los gobernantes henchidos de apoyo popular trasciendan ciertas fronteras legales o ética (a veces ambas) impuestas por la misma democracia, con el funesto argumento de representar la voz del pueblo; argumento esbozado de manera impajaritable por dictadores de todos los talantes. Si a lo anterior se añade un llamado a la unidad de la comunidad, que lleve implícito un pacto de no agresión contra los gobernantes de turno en virtud del cual la libertad de expresión se auto amordace, estaremos creando el escenario perfecto para la eclosión de ilegalidades o en el mejor de los casos extralimitación de funciones a diestra y siniestra.
Una crisis como la actual exige de los ciudadanos, independientemente de la ideología política que profesen, un cumplimiento estricto de la ley, la cual conlleva el someterse a las decisiones que de manera legal hayan tomado los gobernantes actuales. No es momento de cuestionar su legitimidad, pues esta discusión se realiza a través de las urnas. Sin embargo, no podemos dejar que el buque de la democracia se escore hasta hacer agua, restringiendo cualquier expresión de libertad bajo la égida de la conveniencia de estar unidos.
La opinión en contrario, la crítica, la exigencia a que las cuentas se rindan y en general la supervisión directa de la comunidad a la gestión de los gobernantes, resulta fundamental para la democracia en condiciones de normalidad, y más aun en condiciones de crisis, pues es en condiciones extraordinarias que los mandatarios tienden a relajar su propensión al cumplimiento de la ley. Los gobernantes deben gobernar con la tranquilidad y la legitimidad que les prodiga el haber sido elegidos democráticamente, pero sin desmejorar los derechos de la población que le sirven de contrapeso y equilibrio.
Así como en 1938 los artistas clamaban por una libertad artística que les permitiera desarrollar su arte sin sujeción a los modelos estéticos o de conveniencia partidista, durante el COVID-19 debemos clamar por una protección y sublimación del derecho de libertad de expresión de los ciudadanos.
*Director Temático del Magdalena
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Sergio Londoño, Director Temático del Bolivar y Ernesto Forero, Director Temático del Magdalena, discuten en esta entrevista la importancia de la descentralización.
El presidente Iván Duque ha expresado, tanto en campaña como en ejercicio, que su Gobierno implementará medidas para impulsar el segmento de la economía conformado por las economías o industrias creativas, denominadas genéricamente como Economía Naranja.
Existe la percepción que las medidas se traducirán en subvenciones, entendidas éstas como entregas de dinero o bienes por parte del Gobierno sin la obligación de reembolsarlas. No obstante, las medidas que hasta el momento se han implementado no encajan dentro de esta modalidad, lo cual es un acierto pues los esquemas subvencionales no resultan convenientes cuando lo que se pretende es activar un sector productivo en búsqueda de su sostenibilidad en el largo plazo.
El pasado 26 de febrero el Gobierno profirió el Decreto No. 286 de 2020 mediante el cual estableció el marco legal para que las empresas creativas puedan acceder a una exención del impuesto de la renta por un periodo de 7 años.
El esquema para acceder a dicha exención es similar al esquema implementado para obtener la calificación como usuario de zona franca, en virtud del cual una persona podía acceder a una tasa reducida del impuesto de la renta a cambio del compromiso del beneficiario de ejecutar unas inversiones determinadas y generar nuevos empleos dentro de un plazo establecido.
En esta oportunidad, la empresa de la industria creativa que desee obtener la exención del impuesto de la renta deberá, igualmente, tomar la forma de sociedad, comprometerse a realizar inversiones mayores a $157.000.000 y a generar al menos 3 nuevos empleos, todo lo cual deberá formularse a modo de proyecto y obtener previamente la aprobación del denominado Comité de Economía Naranja del Ministerio de Cultura.
Este tipo de esquemas no subvencionales son interesante para el sector creativo y para la economía en general, pues exige a quienes pretendan beneficiarse de él, iniciar un camino hacia una formalización empresarial sin que se le exija requisitos absurdos o incompatibles con la naturaleza misma de dicha industria.
No obstante, el impulso a las industrias creativas no se agota con beneficios tributarios exclusivamente, sino que exige del Estado una seria capacidad de reacción regulatoria, lo cual es un reto en sí mismo. Las industrias creativas, por su naturaleza, rompen esquemas tradicionales y demandan de la institucionalidad una capacidad de reaccionar con regulación adecuada, procurando siempre el balance entre la libertad de empresa y el interés general.
Por ejemplo, una empresa creativa en ocasiones no necesita más que una sola persona frente a un computador generando contenido; de hecho, ni siquiera es necesario el computador, su celular puede ser suficiente. Es probable que esa persona ni siquiera tenga cuenta bancaria en Colombia, o cuenta bancaria en ninguna parte distinta de la misma red, o que su remuneración sea en bitcoins. Su red de colaboradores probablemente conste de personas sentadas en su cuarto o en un parque, o desde su celular, sin que de hecho se conozcan personalmente.
Situaciones como las descritas desquician las formas tradicionales con base en las cuales se ha legislado hasta la fecha, lo cual exige del Estado una adecuada ductilidad regulatoria con el objetivo de formalizar estas actividades hoy disruptivas, e insertarlas en la economía nacional. Las exenciones tributarias son atractivas para lograr dicha formalización, pero deben ser acompañadas de otras estrategias.
El objetivo es entonces establecer, por un lado, la forma de facilitar y potencializar el crecimiento de esas industrias creativas, y por el otro, ofrecerles seguridad jurídica a través de una plataforma regulatoria adecuada que concilie el interés privado con el interés público.
El éxito estará siempre en el balance.
Este primer mensaje enviado por el Gobierno a la industria creativa es positivo; sin embargo, se hace necesario enviar un nuevo mensaje en el que dé señales de apertura a las nuevas industrias con el fin de que no se repitan inconvenientes como el sucedido con Uber, en el cual, ante la imposibilidad del Estado de regular una nueva realidad prefirió optar por el popular Ctrl+Alt+Supr y prohibirlo.
Recientemente el DANE publicó las proyecciones de la población colombiana para el año 2020, las cuales fueron realizadas con base en el censo nacional adelantado en el año 2018. Dichas proyecciones estiman que Colombia llegará a 50 millones de habitantes en el año 2020 y Santa Marta a 538.000.
El hecho de tener más de 500.000 personas asentadas de manera permanente en un espacio físico limitado tiene efectos en todos los aspectos de la vida de quienes allí conviven; son 500.000 personas que comen, que viven, que se relacionan, que trabajan, que no trabajan, que tienen necesidades, que las cubren, que no las cubren, que sueñan, que fracasan, que estudian, que roban, etc.
La historia ha evidenciado que el crecimiento poblacional lleva implícito cambios sustanciales en la dinámica social y económica de la sociedad respectiva. Por ejemplo, hacia el final de la Edad Media, el crecimiento de los pueblos trajo consigo la aparición de una nueva clase en la sociedad, diferente de las tres clases o estamentos en que se encontraba dividida la misma: el estamento nobiliario, el clero y el pueblo llano, conformado este último por todos los que no hacían parte de las dos categorías anteriores. Esa nueva clase fue denominada como la “burguesía”, palabra utilizada para llamar de manera genérica a los habitantes de los “burgos” como se denominó a las nuevas “ciudades” en crecimiento de la época. Esta burguesía agrupaba a quienes se dedicaban a actividades esencialmente comerciales, las cuales no giraban en torno a la propiedad o terrenos de los nobles o del clero.
El surgimiento de esta nueva clase, que con el tiempo fue acumulando recursos e influencia, introdujo a la sociedad nuevos intereses, nuevas percepciones de la realidad, nuevas exigencias y nuevas visiones de lo que era y debía ser la organización social, generando una situación de crisis con el establecimiento. Esta situación de agitación intelectual y social logró generar y acumular el vapor suficiente para hacer pitar, hasta estallar, la olla del ordenamiento social, legal y económico imperante, dando origen a las revoluciones burguesas, siendo la Revolución Francesa la principal de ellas. Estas revoluciones evidenciaron cómo la fuerza de una nueva clase emergente logró cambiar por completo y de un tajo la forma en que se organizaba la sociedad, dejando atrás el Antiguo Régimen, como lo denominaron los burgueses revolucionarios.
Una ciudad como Santa Marta, que en el año 2020 llegará a aglomerar a más de 500.000 personas de manera permanente, sin sumar la población flotante asociada a su vocación turística, empieza a sumergirse en dinámicas sociales y económicas propias de las ciudades medianas, con todo lo que ello implica. Ese tránsito trae consigo, entre otros, cambios en el perfil de su habitante medio, pues el crecimiento poblacional y la dinámica económica que genera abre la posibilidad de supervivencia a un mayor número de actividades profesionales, comerciales o industriales, diversificando así los intereses y visiones que interactúan en la sociedad.
Hoy, por ejemplo, un ingeniero de sistemas programador de softwares puede tener la expectativa legítima y fundada de poder desarrollar su carrera de manera independiente en Santa Marta, lo cual era antes inimaginable, salvo que fuese contratado directamente por una empresa. Lo mismo sucede con diferentes profesiones “no tradicionales”, por llamarlas de alguna manera que permita ilustrar el punto. Como el ingeniero del ejemplo, hoy es económicamente posible (no sin dificultades, ¡pero antes era imposible!) que un diseñador de interiores, un artista, un cineasta, un chef, o un emprendedor contemplen la posibilidad de desarrollarse profesionalmente en Santa Marta.
Ese nuevo perfil de habitante samario, producto de una ciudad en crecimiento, es la nueva burguesía. Una burguesía conformada por estudiantes universitarios, por jóvenes profesionales especializados, emprendedores, trabajadores preparados, amantes del arte, de la cultura, defensores del ambiente, profesores con maestría y doctorados.
Esa nueva burguesía samaria, que trae la herencia de la burguesía de las revoluciones del siglo XVIII, viene incluso con más ebullición que aquella, pues la tecnología y la globalización han puesto al servicio de sus intereses mayores y mejores herramientas. Hoy esa nueva burguesía tiene acceso a un mayor conocimiento que antes, viaja de manera más fácil y económica, está comunicada y conectada de manera casi instantánea con el mundo, todo lo cual le permite analizarse a sí misma y a su entorno, comparar su realidad con la realidad de la población de otras ciudades colombianas o extranjeras, y, finalmente, le permite llegar a la conclusión de en qué realidad se encuentra y en qué realidad quiere estar.
Cuando evidencia que la realidad en la que se encuentra no lo satisface, la ebullición incrementa y el silbido del pito empieza a subir su volumen; la presión cae entonces sobre los hombros de los gobernantes de turno y las expectativas del futuro son depositadas en los brazos de los aspirantes a gobernantes. Esta compleja situación en la que se mezclan inconformidades del presente, historias y prejuicios del pasado, con expectativas del futuro, abonan el terreno para caudillajes politiqueros que terminan alimentando el ciclo vicioso de la defraudación de expectativas y creando nuevos prejuicios.
Los gobernantes actuales y quienes aspiren a ser los gobernantes de estos burgos del presente como Santa Marta, que en 2020 albergará a 500.000 habitantes, tienen el reto inmenso de estar a la altura de las exigencias de la nueva burguesía, mucho más ilustrada y consciente que la del pasado, y deberán sintonizarse con la forma como ese nuevo estamento percibe su realidad y proyecta su futuro. La población en general, por su parte, deberá permanecer exigente, aunque atenta para no caer en caciquismos que terminen por defraudar, nuevamente, sus expectativas.
*Director Temático del Departamento del Magdalena.
Arranca el año 2020 y con él arranca oficialmente la segunda década del siglo XXI[1]. Los fines y principios de siglo han sido tradicionalmente épocas de transición que han marcado un fin y un principio de grandes ciclos en la sociedad global que involucran aspectos éticos, económicos, morales, sociales, intelectuales, y/o científicos.
El presente inicio de siglo no es la excepción. No obstante, sacar conclusiones sobre el siglo en curso nunca ha sido tarea fácil para quienes se encuentran inmersos en la realidad del siglo mismo, pues tal ejercicio exige una necesaria perspectiva temporal. La escasa lejanía que ofrece la segunda década del siglo XXI permite entrever solo algunas características de la nueva escala de valores que se encuentra en formación, en un proceso de construcción y deconstrucción constante como el lienzo de Penélope.
El dinero fue sin duda el principal protagonista del siglo XX. El individualismo, tan defendido por la generación de las décadas de la posguerra (cuyas exigencias eran: haz lo que quieras, prohibido prohibir, lo privado es político, la imaginación al poder) sirvió como plataforma moral para la consolidación de la idea de realización personal a través de la búsqueda y acumulación desmedida de riqueza[2], y todo, bajo la égida del capitalismo como modelo económico.
Como reacción a lo anterior (no podemos olvidar nunca el ciclo pendular de la historia), en estas dos primeras décadas del siglo XXI se ha ido consolidando de manera más o menos clara un hastío social hacia esa veneración al dinero[3], el cual ha empezado a estremecer los cimientos de la estructura ética y moral que dejó el siglo anterior, generado un reacomodamiento en la escala de valores de la sociedad actual.
Por ejemplo, se ha empezado a cuestionar el modelo tradicional de Milton Friedman según el cual, el rol de las sociedades comerciales se limitaba a maximizar las ganancias de sus accionistas[4]. En oposición a esta premisa, hoy vemos una tendencia hacia un modelo de gestión de los negocios en virtud del cual los grandes grupos empresariales mundiales son controlados por organizaciones sin ánimo de lucro conocidas como fundaciones industriales[5], las cuales destinan gran parte de sus utilidades a la financiación de proyectos filantrópicos. El documental de Netflix “Bill Gates, bajo la lupa”, por ejemplo, muestra cómo el fundador de Microsoft y otros billonarios han resuelto abandonar sus vidas como empresarios para dedicarse a proyectos que impacten radicalmente la vida de la población menos favorecida[6], en una forma de “democratización” de la riqueza desde lo privado.
Colombia no es del todo ajeno a esta nueva tendencia, pues incluso desde la institucionalidad se ha implantado la necesidad de que la propiedad privada tenga una función social. La reciente creación de la categoría de Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC[7]) ha hecho explícito el interés institucional de hacer que los beneficios derivados de la explotación económica de las sociedades comerciales e industriales trasciendan la órbita exclusiva de sus accionistas, e irradie a la comunidad, el medio ambiente y a sus respectivos empleados y sus familias.
Otra muestra del reacomodamiento de valores de la sociedad actual es la creciente preocupación por la protección del medio ambiente. Mientras el siglo anterior consideraba el deterioro del medio ambiente como una mera externalidad, hoy es considerado como una conducta grave y antiética, digna de repudio. El premio nobel en economía William Nordhaus[8] explica en su libro que la reversión de la tendencia incremental de la temperatura de la tierra, o incluso su simple estancamiento, es posible si, y solo si, se cuenta con el concurso de la mayoría de países y de las personas. Por lo anterior, una actitud renuente[9] o despreocupada frente a esta realidad es considerada como una conducta antiética. El reproche ético se fundamenta en que estaríamos, de manera activa o pasiva, contribuyendo a que las generaciones venideras reciban un mundo peor del que nos fue entregado, siendo conscientes de que pudimos evitarlo y por decisión propia no lo hicimos.
Estos son solo dos ejemplos de los impactos que está teniendo en la sociedad, así como en la vida de quienes viven en ella, lo que hemos denominado la nueva escala de valores del siglo XXI, la cual se encuentra en una ebullición constructiva. Esta nueva estructura ética y moral tendrá por supuesto un impacto en el papel que el Estado estará llamado a jugar en el presente siglo, pues las personas elegirán como gobernantes, tarde o temprano, a quienes se identifiquen con su visión, necesidades y con sus nuevas convicciones.
En un reciente artículo[10] de la revista The Economist se habla de un resurgimiento de las doctrinas “de izquierda” en los millennials, basado en incisivas críticas sobre lo que de una u otra manera ha salido mal en las sociedades occidentales (corrupción, quiebras de los sistemas financieros por escasa o nula regulación, conductas antiéticas, etc.). Este nuevo discurso exige del Estado soluciones y acciones concretas contra las inequidades y desigualdades de la sociedad actual, y a favor de la protección de los “nuevos” sujetos de derecho como el medio ambiente, los animales[11], las minorías, etc. En el discurso no se percibe un interés por que el Estado se apropie de los medios de producción, sino que exige de éste una intervención efectiva que pondere el interés de la comunidad frente a intereses particulares.
Esta nueva coyuntura ha llevado a personas de la talla de Minouche Shafik, Directora de Economía y Ciencia Política del London School of Economics, a plantear la necesidad de suscribir “un nuevo contrato social”[12]que tenga en consideración las nuevas preocupaciones de la ciudadanía. Incluso, el mismo Papa Francisco, un agudo observador de la realidad mundial, ha anunciado que planteará un nuevo modelo económico[13] que ha denominado “la Economía de Francisco” en honor a Francisco de Asís, cuyo contenido explicará en el mes de marzo de este año 2020 en el pueblo de Asís, en la región de Umbría, Italia.
No podemos tener certeza de cuál será el desenlace de todo este interesante cóctel de situaciones, ni cuál será la escala de valores definitiva (si es que hay escalas de valores definitivas) que gobernará la vida de los moradores del siglo XXI. Lo que sí es seguro es que las capas tectónicas de la sociedad actual se están agitando, y debemos decidir si luchamos contra los cambios o los interiorizamos y procuramos que nuestra sociedad saque el mejor provecho de ellos.
Debo comenzar este artículo, si es posible llamarlo así (ustedes juzgarán al final), haciendo referencia a lo que le sucedió al maestro Rafael Escalona luego de que en una de sus canciones comparara a su amigo Sabas Torres “Sabitas” con un simpático armadillo o ‘Jerre-Jerre’, como se les llama a esos animales acá en la provincia. A Sabitas no le cayó muy bien la jocosa comparación que hizo su amigo Escalona, ante lo cual este último juró que no volvería a componer más cantos en un intento por obtener el perdón de su amigo.
El maestro Escalona no pudo mantener su promesa por mucho tiempo, y tuvo que romperla de manera definitiva cuando en el pueblo se formó una algarabía porque Luis Manuel Hinojosa se había llevado a la nieta de Juana Arias, historia que se hizo célebre gracias a la canción que hoy todos conocemos como “La Patillalera”. Consciente de su promesa rota, el maestro Escalona inicia la composición de La Patillalera diciendo: “Yo había resuelto no hacer más cantos desde el suceso del Jerre-Jerre porque Sabita me demandó, pero resulta que ocurren casos y me dan ganas y no me aguanto como el que a Juana Arias le pasó…”.
Algo parecido me sucedió a mí, que por más que intento no hablar del tema, me dan ganas y no me aguanto…
Ayer me desperté más temprano de lo normal; todavía no había amanecido, aunque en esta época de fin de año amanece más tarde que de costumbre y puede resultar engañoso. En cualquier caso, era más temprano de lo que usualmente me despierto, de eso estaba seguro.
Luego de pensarlo una, dos, tres, cuatro veces, resolví levantarme de la cama y salir a la calle a caminar un rato y dar tiempo a que amaneciera definitivamente para poder iniciar la jornada diaria. No sé si era el efecto del final de la noche con el inicio de la madrugada, pero veía a mi ciudad más bella que de costumbre. Y no era una belleza del tipo de belleza cariñosa y subjetiva que ven las madres en sus hijos, no, era una belleza real. Las calles se habían ensanchado, los andenes también, los tendidos que antes serpenteaban el cielo habían desaparecido, había parques donde antes había lotes. En fin, estaba en mi misma ciudad, pero con todo lo que le falta a mi ciudad.
El sol comenzaba a pintar en el cielo los primeros rayos anaranjados y púrpura, cuando vi a una persona mayor sentada en una banca frente al mar mirando el horizonte. A esa hora mis opciones eran pocas, y al igual que el maestro Escalona, debía contarle a alguien lo que me estaba sucediendo. ¡Buenos días! Dije al señor de la banca, mientras me sentaba al otro extremo de la misma.
Buen día, me respondió en un tono suave pero cordial, volteando por un segundo su mirada hacia mí para luego volverla nuevamente al horizonte. Había en su mirada algo que me era familiar; sin embargo, fue la forma como sonrió lo que llamó más mi atención pues había en ella algo de complicidad, sabía lo que estaba pasando.
El cielo seguía inundándose de los colores solares del amanecer como normalmente sucede, sin embargo, había algo en el ambiente que me sugería sutilmente que todo el escenario hacía parte de una ceremonia hermosamente orquestada. Sin más vacilaciones volteé mi mirada hacia el señor de la banca y de un solo tirón le conté todo lo que me estaba sucediendo, desde la despertada antes que de costumbre hasta la nueva belleza que había inundado mi ciudad. Mientras lo hacía, mi nuevo amigo sonreía sutil y respetuosamente, lo que ya empezaba a afectar mi paciencia, pues su expresión corporal me daba a entender sin lugar a dudas que ya sabía todo lo que le estaba contando.
Cuando terminé de contarle mi historia, me preguntó si me gustaba lo que veía. Si me gustaban los cambios que había tenido mi ciudad. ¡Pero claro! expresé. Es lo que todos queremos.
Si es lo que todos quieren, ¿por qué no lo han hecho? Me preguntó. Intenté varias respuestas, pero ninguna me convencía a mí mismo. Hablé de los políticos, de la corrupción, del olvido del Gobierno Central, de la derecha, de la izquierda, de la guerrilla, de los paramilitares… Me sentí mal por no saber exactamente por qué no habíamos sido capaces de hacer lo que todos queríamos que se hiciera. Resultaba paradójico que, mientras yo, el joven de la banca, hablaba del pasado, mi amigo, el viejo de la banca, hablaba del futuro. Para todas las razones que elaboré para excusar a mi generación y a las anteriores por no haber hecho lo que debíamos, el señor de la banca tenía la explicación perfecta para explicar el porqué debían hacerse.
Me dijo que todos los cambios que veía en la ciudad, los cuales también se habían hecho en todos los municipios del departamento, se habían realizado mientras estuve dormido. Es más fácil de lo que crees, me dijo. Pregunté si eran el resultado de la implementación de políticas de derecha o de izquierda, ante lo cual, por primera vez en toda la conversación, mi nuevo amigo pareció no entender la pregunta. Las prioridades no tienen lado, fue lo único que me dijo. Y añadió “si quieres, piensa en el centro. Ahí podrás pensar y actuar sin las ataduras de los lados”.
Dicho lo anterior, el señor de la banca volteó su mirada nuevamente al horizonte, que estaba pintado casi por completo de naranja, en un gesto en el que de manera implícita y elegante me indicaba que nuestra conversación había terminado. Tomé el camino de vuelta a mi casa, sin dejar de apreciar los cambios que había experimentado mi ciudad, literalmente “de la noche a la mañana”.
Al llegar a mi casa vi que el reloj de la cocina marcaba las 4:01 AM, lo cual resultaba bastante extraño pues la aurora se había tomado casi por completo el cielo cuando me despedí del señor de la banca. La emoción de lo que había experimentado esa madrugada me había quitado el sueño por completo; sin embargo, decidí que sería mejor intentar dormir un rato pues así el tiempo correría más rápido (o eso creía yo) y podía levantarme de manera definitiva en mi nueva ciudad versión 2.0.
El despertador sonó a la hora de costumbre. A diferencia de todos los días, me levanté de buena gana. ¡Y como, no! Tenía todas las razones para hacerlo. Empecé mi rutina diaria con una sonrisa que me delataba mientras prendía la radio para escuchar las noticias. Como de costumbre, las noticias giraban sobre los mismos problemas que, paradójicamente, habían sido superados mientras dormía, tal como me había contado el señor de la banca. Algo no me cuadraba. Salí corriendo hacia la ventana de mi cuarto en busca de la ciudad de anoche, de la Ciudad Perdida.
Ya no estaba. Todo había sido un sueño.
La decepción casi me tumba nuevamente en la cama. De repente recordé las palabras del señor de la banca. Recordé lo pequeño que me sentí hablando del pasado frente a la grandeza de mi amigo de la banca que solo hablaba del futuro. Con ese nuevo aliento, apagué la radio que seguía hablando del mismo tema de hace unos minutos y de hace varias décadas, y salí en búsqueda de la Ciudad Perdida, con el deseo inmenso de encontrarla.
*Director Temático del Departamento del Magdalena.
Ernesto es abogado y magíster de la Universidad Externado de Colombia, con maestría en derecho internacional (LLM) de City University of London de Londres; especialización en Derecho Comercial de la Universidad de los Andes y en Derecho Tributario de la Universidad Pontificia Javeriana.