Por: David Luna
dluna@mit.edu
La imagen del camión que transportaba la ayuda humanitaria en llamas deja a cualquiera boquiabierto. Uno no alcanza a dimensionar que la ambición de algún líder pueda estar por encima de las necesidades, el hambre y el dolor de su pueblo. En la era de los reflectores, de la inmediatez de la información, se hace necesario controlar el ego y repetirse una y otra vez: la política es el arte de servir a los demás y no la actividad para servirse a uno mismo, el único jefe es el ciudadano, hay que construir sobre lo construido, los recursos públicos son sagrados y siempre se pude hacer oposición, pero nunca llevar la contraria.
Maduro llevó al límite a su gente perpetuándose en el poder para no solucionarles los problemas, sino a tan solo un puñado de venezolanos: los que comparten sus ideas o sus robos. Estos espejos debemos mirarlos, a todo aquel que quiera aferrarse al poder eternamente hay que temerle, de todo líder que no respete sus instituciones o se crea intocable, hay que dudar. De esos políticos que en su discurso solo inculcan odio y nos llevan a esquinas diferentes hay que huir, y de los que ven en la oposición su enemigo acérrimo al punto de silenciarla hay que evitar, porque no permitirán construir desde las diferencias sino imponerse bruscamente contra viento y marea.
ARTÍCULO RELACIONADO Oficialistas sacan al menos ocho toneladas de oro del Banco Central de Venezuela Ningún extremo es bueno porque es desequilibrado. La historia lo ha demostrado y lo sigue probando una y otra vez. La situación de Venezuela es el resultado del abuso de un líder populista e improvisado cuya única motivación para gobernar era el control y las ansias de un poder, mas no estar al servicio de una nación, un líder que puso a su pueblo a que le sirviera llevándolo al hambre y a la muerte.
Es triste ver a lo que quedó reducido ese país próspero y desarrollado por culpa de las políticas retrogradas y arrogantes que se trazaron. Nunca pudieron pasar del discurso a la acción, lastimosamente las palabras se las lleva el viento. Se necesitarán muchos años para poder reparar los daños económicos y sociales que se le hicieron a Venezuela. De corazón espero que cuanto antes se pueda encontrar una salida a su situación a través del diálogo. El cerco diplomático ha hecho que los ojos del mundo entero se fijen en Venezuela. Ojalá los militares recuerden que su misión es proteger a su pueblo. La salida nunca será la guerra, la guerra solo divide, derrama sangre y crea unas heridas difíciles de sanar.
El perdón de la guerra es un acto silencioso, doloroso y de mucho tiempo, nosotros ya lo hemos vivido. A muchos se les hace fácil pedir una intervención como si no analizaran cuál es el impacto económico y social que tiene para Colombia dicha acción. ¿Por dónde creen que van a intervenir? ¿Dónde creen que se instalarán las bases militares? ¿Contra quién cree qué será la guerra? ¿Quién será la carne de cañón? ¿A dónde van a parar los refugiados? La respuesta es Colombia.
Alentar a una guerra es el peor error que podemos cometer. Ojalá la comunidad internacional pueda seguir presionando, llevando a un límite al dictador. Ojalá su pueblo se siga levantando y liberando, ojalá sus militares se pongan la mano en su corazón, pero lo que más deseo es que ojalá no haya una intervención que nos lleve a una guerra porque en ella todos, absolutamente todos, tenemos algo que perder.