Por: Laura Herrera

Desde hace algunos años venimos percibiendo un ambiente de polarización cada vez más denso por la sobreabundancia comunicativa -muchas de las conversaciones privadas ahora son públicas- y por la democratización de la comunicación -ahora cualquiera puede emitir un mensaje. Según datos del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones son cuatro los principales temas que más nos llevan a enfrentarnos: la política, el fútbol, la religión y la causa animalista.

Frente a los hechos políticos, paradójicamente, el suceso que abrió la puerta a una polarización mucho más intensa en redes sociales fue el proceso de paz y desde entonces la situación se ha venido agudizando. De acuerdo con la Misión de Observación Electoral (MOE), para las elecciones del 2018, el 10% de los mensajes compartidos en redes sociales fueron de intolerancia y el pico de más alto nivel de agresividad fue en la primera vuelta presidencial en la que se registraron más de 1.700.000 mensajes en este sentido. 

Con los últimos hechos políticos se profundizó la grieta. La polarización no para, y los discursos se radicalizan aún más. ¿Deberíamos preocuparnos? Sí y mucho. De la intolerancia al odio hay un par de pasos. El odio se está apoderando del discurso público siendo la raíz de la incitación, la división y un obstáculo cada vez más grande para el progreso de la agenda del país. 

El discurso de odio es cualquier forma de comunicación que sea un ataque o utilice un lenguaje ofensivo o discriminatorio contra una persona o un grupo de personas en razón de su raza, religión, nacionalidad, color, ascendencia, género, orientación política u otro factor de identidad. Lo más grave: el discurso de odio tiene efectos en secuencia: se empieza por la discriminación, violencia contra símbolos, violencia física y llega  incluso al genocidio. ¿Es exagerado? No, no lo es. A mediados del siglo XX Colombia vivió la época de La Violencia como resultado del discurso de odio y sectario que nos llevó a matarnos entre liberales y conservadores. El odio alimentó al Ku Klux Klan y fue el precursor de crímenes atroces como los de la Alemania Nazi, Ruanda, Bosnia y Camboya. 

El Tribunal de Nuremberg condenó a Julius Streicher quién denominó a los judíos como “parásitos, enemigos, malhechores y transmisores de enfermedades que deben ser destruidos en beneficio de la humanidad” incitando a los alemanes a perseguirlos. Streicher negó tener conocimiento  de las ejecuciones masivas de judíos, pero el Tribunal determinó que las incitaciones de Streicher al asesinato eran claramente “persecuciones por razones políticas y raciales en relación con crímenes de guerra”.  Steicher fue sentenciado a muerte.

El discurso de odio no es un juego y no debe, de ninguna manera, ser estrategia de comunicación política. La comunicación tiene un poder transformador que requiere responsabilidad cuando entra en la esfera pública. Hace unos días fuimos testigos del enfrentamiento entre dos HT #DespideAUnMamerto y #NoCompreAEmpresariosUribistas ¿Esto es inofensivo? No, es incitación a la discriminación, de hecho, de forma más frecuente se leen mensajes en los que la gente expresa que no podría ser amigo, pareja o tener relación con alguien con una posición política o idolología diferente y, hace unos días en medio de una caravana que rechazaba la medida de aseguramiento contra Uribe, un ciudadano, motivado por su intolerancia, amenazó al otro con hacer uso de su arma de fuego.

¿Estamos saturados del rifi rafe de la conversación digital? Sí, y es una buena noticia porque quiere decir que sabemos que algo anormal está ocurriendo. Al odio hay que hacerle frente. El silencio es cómplice, es una señal de indiferencia al fanatismo y a la intolerancia. A finales de 2019, la ONU lanzó una estrategia para frenar la nueva oleada de odio que está a la vuelta de la esquina y en ella recomendó tres cosas: i) combatir el discurso de odio con más discursos que le hagan frente; ii) inculcar en la nueva generación digital el rechazo por el discurso de odio; iii) investigar qué es lo que lo genera y; iv) entender que es responsabilidad de todos detenerlo.

Por eso mi deber como profesional de la comunicación política es invitarlos a poner este tema en la agenda pública, a darle la relevancia,a detenerlo. Nuestra historia se escribe sobre el enfrentamiento de bandos, hemos sido incapaces de salir de un círculo vicioso que tiene una gran cuota de responsabilidad en los fracasos que hemos tenido como Estado y como nación. Cuestiónense: ¿Y si la salida es otra? ¿Y si la respuesta es la forma en que nos comunicamos? Tal vez. Se los dejo a su reflexión.

 

 

 

*Directora de Comunicación Política

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