Por: Ernesto Forero*
@ErnestoForero

 

Debo comenzar este artículo, si es posible llamarlo así (ustedes juzgarán al final), haciendo referencia a lo que le sucedió al maestro Rafael Escalona luego de que en una de sus canciones comparara a su amigo Sabas Torres “Sabitas” con un simpático armadillo o ‘Jerre-Jerre’, como se les llama a esos animales acá en la provincia. A Sabitas no le cayó muy bien la jocosa comparación que hizo su amigo Escalona, ante lo cual este último juró que no volvería a componer más cantos en un intento por obtener el perdón de su amigo.  

El maestro Escalona no pudo mantener su promesa por mucho tiempo, y tuvo que romperla de manera definitiva cuando en el pueblo se formó una algarabía porque Luis Manuel Hinojosa se había llevado a la nieta de Juana Arias, historia que se hizo célebre gracias a la canción que hoy todos conocemos como “La Patillalera”. Consciente de su promesa rota, el maestro Escalona inicia la composición de La Patillalera diciendo: “Yo había resuelto no hacer más cantos desde el suceso del Jerre-Jerre porque Sabita me demandó, pero resulta que ocurren casos y me dan ganas y no me aguanto como el que a Juana Arias le pasó…”.

Algo parecido me sucedió a mí, que por más que intento no hablar del tema, me dan ganas y no me aguanto…

Ayer me desperté más temprano de lo normal; todavía no había amanecido, aunque en esta época de fin de año amanece más tarde que de costumbre y puede resultar engañoso. En cualquier caso, era más temprano de lo que usualmente me despierto, de eso estaba seguro. 

Luego de pensarlo una, dos, tres, cuatro veces, resolví levantarme de la cama y salir a la calle a caminar un rato y dar tiempo a que amaneciera definitivamente para poder iniciar la jornada diaria. No sé si era el efecto del final de la noche con el inicio de la madrugada, pero veía a mi ciudad más bella que de costumbre. Y no era una belleza del tipo de belleza cariñosa y subjetiva que ven las madres en sus hijos, no, era una belleza real. Las calles se habían ensanchado, los andenes también, los tendidos que antes serpenteaban el cielo habían desaparecido, había parques donde antes había lotes. En fin, estaba en mi misma ciudad, pero con todo lo que le falta a mi ciudad.

El sol comenzaba a pintar en el cielo los primeros rayos anaranjados y púrpura, cuando vi a una persona mayor sentada en una banca frente al mar mirando el horizonte. A esa hora mis opciones eran pocas, y al igual que el maestro Escalona, debía contarle a alguien lo que me estaba sucediendo. ¡Buenos días! Dije al señor de la banca, mientras me sentaba al otro extremo de la misma.

Buen día, me respondió en un tono suave pero cordial, volteando por un segundo su mirada hacia mí para luego volverla nuevamente al horizonte. Había en su mirada algo que me era familiar; sin embargo, fue la forma como sonrió lo que llamó más mi atención pues había en ella algo de complicidad, sabía lo que estaba pasando.

El cielo seguía inundándose de los colores solares del amanecer como normalmente sucede, sin embargo, había algo en el ambiente que me sugería sutilmente que todo el escenario hacía parte de una ceremonia hermosamente orquestada. Sin más vacilaciones volteé mi mirada hacia el señor de la banca y de un solo tirón le conté todo lo que me estaba sucediendo, desde la despertada antes que de costumbre hasta la nueva belleza que había inundado mi ciudad. Mientras lo hacía, mi nuevo amigo sonreía sutil y respetuosamente, lo que ya empezaba a afectar mi paciencia, pues su expresión corporal me daba a entender sin lugar a dudas que ya sabía todo lo que le estaba contando.

Cuando terminé de contarle mi historia, me preguntó si me gustaba lo que veía. Si me gustaban los cambios que había tenido mi ciudad. ¡Pero claro! expresé. Es lo que todos queremos.

Si es lo que todos quieren, ¿por qué no lo han hecho? Me preguntó. Intenté varias respuestas, pero ninguna me convencía a mí mismo. Hablé de los políticos, de la corrupción, del olvido del Gobierno Central, de la derecha, de la izquierda, de la guerrilla, de los paramilitares… Me sentí mal por no saber exactamente por qué no habíamos sido capaces de hacer lo que todos queríamos que se hiciera. Resultaba paradójico que, mientras yo, el joven de la banca, hablaba del pasado, mi amigo, el viejo de la banca, hablaba del futuro. Para todas las razones que elaboré para excusar a mi generación y a las anteriores por no haber hecho lo que debíamos, el señor de la banca tenía la explicación perfecta para explicar el porqué debían hacerse.

Me dijo que todos los cambios que veía en la ciudad, los cuales también se habían hecho en todos los municipios del departamento, se habían realizado mientras estuve dormido. Es más fácil de lo que crees, me dijo. Pregunté si eran el resultado de la implementación de políticas de derecha o de izquierda, ante lo cual, por primera vez en toda la conversación, mi nuevo amigo pareció no entender la pregunta. Las prioridades no tienen lado, fue lo único que me dijo. Y añadió “si quieres, piensa en el centro. Ahí podrás pensar y actuar sin las ataduras de los lados”.

Dicho lo anterior, el señor de la banca volteó su mirada nuevamente al horizonte, que estaba pintado casi por completo de naranja, en un gesto en el que de manera implícita y elegante me indicaba que nuestra conversación había terminado. Tomé el camino de vuelta a mi casa, sin dejar de apreciar los cambios que había experimentado mi ciudad, literalmente “de la noche a la mañana”.

Al llegar a mi casa vi que el reloj de la cocina marcaba las 4:01 AM, lo cual resultaba bastante extraño pues la aurora se había tomado casi por completo el cielo cuando me despedí del señor de la banca. La emoción de lo que había experimentado esa madrugada me había quitado el sueño por completo; sin embargo, decidí que sería mejor intentar dormir un rato pues así el tiempo correría más rápido (o eso creía yo) y podía levantarme de manera definitiva en mi nueva ciudad versión 2.0.  

El despertador sonó a la hora de costumbre. A diferencia de todos los días, me levanté de buena gana. ¡Y como, no! Tenía todas las razones para hacerlo. Empecé mi rutina diaria con una sonrisa que me delataba mientras prendía la radio para escuchar las noticias. Como de costumbre, las noticias giraban sobre los mismos problemas que, paradójicamente, habían sido superados mientras dormía, tal como me había contado el señor de la banca. Algo no me cuadraba. Salí corriendo hacia la ventana de mi cuarto en busca de la ciudad de anoche, de la Ciudad Perdida.

Ya no estaba. Todo había sido un sueño.

La decepción casi me tumba nuevamente en la cama. De repente recordé las palabras del señor de la banca. Recordé lo pequeño que me sentí hablando del pasado frente a la grandeza de mi amigo de la banca que solo hablaba del futuro. Con ese nuevo aliento, apagué la radio que seguía hablando del mismo tema de hace unos minutos y de hace varias décadas, y salí en búsqueda de la Ciudad Perdida, con el deseo inmenso de encontrarla.    

*Director Temático del Departamento del Magdalena.

Ernesto es abogado y magíster de la Universidad Externado de Colombia, con maestría en derecho internacional (LLM) de City University of London de Londres; especialización en Derecho Comercial de la Universidad de los Andes y en Derecho Tributario de la Universidad Pontificia Javeriana. 

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