Por: Ernesto Forero
Un par de semanas atrás, los magdalenenses fuimos testigos de un debate público sobre la gratuidad de la educación superior y sus fuentes de financiación. Todas las propuestas propugnaban por la gratuidad de la educación superior, sobre lo cual parece haber consenso, situación que nos alegra; sin embargo, las propuestas discrepaban en relación con las fuentes de financiación para garantizar dicha gratuidad.
Una de las propuestas propugnaba por que la gratuidad se lograra a través de una priorización y racionalización de los gastos e inversiones que actualmente tiene la Universidad del Magdalena, frente a la cual se contrargumentaba que ello resultaba inconveniente dado que se sacrificarían recursos necesarios para la investigación. Otra de las propuestas planteaba que la gratuidad se podría lograr a través de un esquema de cofinanciación por parte de la Gobernación Departamental. En el interregno, se propusieron igualmente alternativas intermedias, como fue la creación de fondo de becas con recursos públicos y privados, así como una cofinanciación por parte del Gobierno Nacional.
Este debate público mantuvo a todos los magdalenenses atentos al mismo, y resultaba casi imposible no tomar partido en favor de una u otra posición. Esto por supuesto ayudado por los gritos de los megáfonos virtuales de quienes, de manera espontánea o inducida, apoyaban una u otra posición en las redes sociales.
El ambiente estuvo tenso. ¡Claro que lo estuvo! Y no era para menos. El objeto de la discusión, la gratuidad de la educación superior, tiene tanto de largo como de ancho. A diferencia de lo que pueda pensarse, la existencia de tensión es una buena noticia para la democracia. Cuando hablamos de tensión, nos referimos a la buena tensión.
Independientemente de cuál consideramos resulta ser la mejor propuesta para garantizar la gratuidad de la educación superior en el Magdalena, lo que queremos resaltar hoy es el ambiente de sano debate que se vivió durante las semanas precedentes en relación con dicho tema. Hace mucho tiempo no veíamos que las discusiones se hicieran con base en propuestas, y a quienes las lideraban, defenderlas con argumentos sólidos, llegando incluso a lanzar “mejoras” a sus propuestas iniciales. Este ambiente de tensión llegó a movilizar personas que normalmente permanecen indiferentes a los debates de interés general para la región.
Podrían argumentarse que el debate de la gratuidad de la educación entrañaba un debate político (o politiquero dirán algunos) y de ahí el gran interés. Pues claro que entraña un debate político, ¿y? Qué debate de trascendencia e interés público no resulta siendo un debate político, nos preguntamos.
De todo lo anterior, queremos extraer algunas reflexiones.
La primera, es la conveniencia de que existan tensiones al interior de una sociedad democrática. Sanas tensiones, repetimos. En una democracia, en la que cualquier persona puede intentar ser elegido para cargos de elección popular, es normal (e incluso deseable) que se generen tensiones. Tensiones generadas como consecuencia de las reacciones que tengan en el pueblo las propuestas lanzadas por quienes buscan seducir al electorado con las mismas o con los ideales que ellos representan. Esta tensión garantiza que se dé un adecuado debate, análisis y elección de propuestas, y un balance natural de pesos y contrapesos políticos.
Una segunda y necesaria reflexión es que la tensión no supone la imposibilidad de que exista consenso. El consenso es positivo en la medida en que sea un destino y no un punto de partida, el consenso debe ser la mañana calmada y serena que sigue a una noche intensa de tormenta. El consenso es bienvenido siempre que se hayan analizado todas las alternativas posibles, antes de coincidir en una sola. El consenso resulta perjudicial cuando implica una renuncia implícita al debate y al análisis de alternativas y propuestas, caso en el cual sirve de falso legitimador para someter toda opinión en contrario a lo propuesto por una sola persona. Quienes participan en el debate de propuestas, deben tener la entereza de aceptar otros puntos de vista y reconocer los beneficios de las propuestas alternativas, y poder incluso renunciar a la suya en aras de una mejor.
Una reflexión final es que los beneficios derivados de la sana tensión al interior de una sociedad, pueden desdibujarse por la aparición de tentaciones y vicios que suelen emerger en tales situaciones. La principal tentación en un ambiente de tensión es la de querer vapulear al opositor e intentar vencerlo con mentiras, tergiversaciones, acusaciones personales e instrumentalizando el derecho como arma política. Este vicio es generalmente perfeccionado por profesionales dedicados a elaborar estrategias legales y mediáticas que distorsionan el debate y alejan al pueblo de la realidad, a cambio o por ausencia de honorarios y/o pauta publicitaria. Esto, por supuesto, contrasta con la sana tensión que hemos mencionado.
Como conclusión, podemos afirmar que la tensión vivida en el Magdalena con ocasión del debate en relación con la gratuidad de las matrículas y sus fuentes de financiación fue positiva, y debe contribuir para mantener despierta la llama de la sana y constructiva crítica al interior de la población. Eso sí, en condiciones de salubridad moral y política, lo cual exige de quienes participan en los debates actuar con el mayor pundonor posible, de manera que puedan controvertir sin renunciar al consenso, y ejercer una oposición sin caer en las tentaciones y vicios mencionados.
*Director Temático para el Departamento del Magdalena