Por: Catalina Ceballos Carriazo*
Las artes y la resistencia siempre han tenido una relación estrecha. No olvidemos el reciente escándalo sobre la censura al mural de Lucas Ospina y Power Paola, o la polémica en torno a los columbarios intervenidos por Beatriz González en el cementerio Central. Doris Salcedo lo viene haciendo otros tanto de años.
En la música, Alcolirykoz en una de sus canciones habla sobre la persecución a grafiteros (“si hacer grafiti es un delito viviré maldito”), o cuando leemos a Mario Galeano en twitter reivindicando una y otra vez el origen de los sonidos colombianos y el deber ser de los medios en su distribución. O cuando Aterciopelados en el concierto Radiónica de 2016, agradeció por fin la firma del acuerdo de paz.
En el cine pasan cosas similares, la película de Jorge Navas Somos Calentura en donde se hace evidente las condiciones en las que viven en Buenaventura cientos de jóvenes producto del tráfico de drogas y ese mercado maldito producto de la narco-guerra de nuestro país. Las letras no han sido una excepción en este proceso, Evelio Rosero narra la guerra en un pueblo en su libro “Los Ejércitos”, que después fue leído en la Plaza de Bolívar de Bogotá como un acto simbólico durante las conversaciones de paz. ¿Y cómo no? Son las artes ese elemento que incomoda, que confronta y que por supuesto aporta en la transformación y construcción del tejido social.
Históricamente sabemos que los tambores y los sonidos de ciertos instrumentos de vientos como las ocarinas y las voces estaban relacionados con actos sagrados o religiosos. Ha habido evidencias de hacerle templos a instrumentos en la antigua Mesoamérica en donde se le adoraba al lado de figuras y deidades de la música y la danza.
Estamos en ese mismo lugar y en estas manifestaciones la música se ha convertido en una protagonista importante. Cientos de miles de personas acompañan el sonido de tambores con cacerolas y arengas. Muchos nos preguntamos el límite entre la protesta pacífica y la fiesta. No debemos confundir, bien lo dijo Brigitte Baptiste en un trino “lo que está fallando es la comunicación.
La pregunta es entonces… ¿Quiénes están siendo escuchados? ¿Acaso el sector de las artes y la cultura está propuesto para sentarse en las mesas de diálogo?
¿Serán las preguntas que están surgiendo sobre la economía naranja socializadas en esas mesas? ¿Existe un interés por parte del Gobierno entender lo que la gran mayoría de artistas han hecho manifiesto?
Mi reflexión: ¿Por qué las artes y la cultura dejan de ser una herramienta de construcción del tejido social y se convierten en una plataforma denominada economía naranja?
*Directora de Cultura del Tanque de Pensamiento AlCentro.