Por: Ernesto Forero
En 1938 el poeta francés André Bretón, proclamado padre del surrealismo, viajó a México con el propósito de visitar a Liev Davídovich, mejor conocido como León Trosky, quien se encontraba exiliado en ese país. La visita del francés tenía como propósito fundamental la elaboración de un manifiesto dirigido a los escritores y artistas revolucionarios con el que llamarían a la creación de una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios, para cuya construcción acudía al sabio consejo del revolucionario exiliado.
Un punto sobre el cual estribaron muchas horas de discusión entre Trosky y Bretón fue el de la independencia que debían tener los artistas para desarrollar su arte sin presiones intelectuales y mucho menos materiales. Se clamaba por una libertad dentro de la cual todo estaba permitido en el arte; dicha libertad sería la única salvación, argumentaban. Una de las expectativas que con dicho manifiesto querían satisfacer era la de gritarle al público que el arte podría servir de contrapeso para las organizaciones estalinistas y fascistas que empezaban a pulular en Europa.
Ya se escuchaban en Europa los rugidos de los tanques rusos y alemanes que empezarían a invadir países al este y oeste del conteniente, dando inicio a lo que terminaría siendo la Segunda Guerra Mundial.
Esa libertad que en aquel entonces demandaban los artistas autodenominados revolucionarios es uno de los derechos, tal vez el más importante, sobre los cuales están cimentadas las democracias. Tal libertad no sólo debe extenderse a las expresiones artísticas, sino a cualquier tipo de expresión individual o colectiva. No es posible concebir una democracia real sin libertad de expresión, por incómoda que en ocasiones resulte.
Durante la crisis desatada por la pandemia del coronavirus (COVID-19) no han sido pocas las voces que han llamado a una unidad y a un cese de hostilidades (principalmente mediáticas) contra los gobernantes de turno. El propósito de tal llamado es evitar que los gobernantes se desconcentren y desvíen energías en responder a tales hostilidades en lugar de invertirlas en la adecuada administración de la crisis.
No obstante la intención loable del llamado, debemos tomarlo con guantes de seda ya que puede contener una bomba antidemocrática en su interior.
Un tema coyuntural de la presente crisis es que se desató en una época muy próxima a las elecciones regionales (antes de cumplirse los 100 días) en las cuales los actuales gobernantes resultaron elegidos. Es usual que, durante los primeros meses, incluso durante el primer año, los recién elegidos gobiernen con un aura de gloria y perfección. Los apoyos populares recién ratificados en las urnas crean gobernantes empoderados y casi dictatoriales, quienes, ayudados por audaces asesores mediáticos y de imagen, despiertan aplausos y vítores ensordecedores en redes sociales.
Esta situación crea, per sé, condiciones propicias para que los gobernantes henchidos de apoyo popular trasciendan ciertas fronteras legales o ética (a veces ambas) impuestas por la misma democracia, con el funesto argumento de representar la voz del pueblo; argumento esbozado de manera impajaritable por dictadores de todos los talantes. Si a lo anterior se añade un llamado a la unidad de la comunidad, que lleve implícito un pacto de no agresión contra los gobernantes de turno en virtud del cual la libertad de expresión se auto amordace, estaremos creando el escenario perfecto para la eclosión de ilegalidades o en el mejor de los casos extralimitación de funciones a diestra y siniestra.
Una crisis como la actual exige de los ciudadanos, independientemente de la ideología política que profesen, un cumplimiento estricto de la ley, la cual conlleva el someterse a las decisiones que de manera legal hayan tomado los gobernantes actuales. No es momento de cuestionar su legitimidad, pues esta discusión se realiza a través de las urnas. Sin embargo, no podemos dejar que el buque de la democracia se escore hasta hacer agua, restringiendo cualquier expresión de libertad bajo la égida de la conveniencia de estar unidos.
La opinión en contrario, la crítica, la exigencia a que las cuentas se rindan y en general la supervisión directa de la comunidad a la gestión de los gobernantes, resulta fundamental para la democracia en condiciones de normalidad, y más aun en condiciones de crisis, pues es en condiciones extraordinarias que los mandatarios tienden a relajar su propensión al cumplimiento de la ley. Los gobernantes deben gobernar con la tranquilidad y la legitimidad que les prodiga el haber sido elegidos democráticamente, pero sin desmejorar los derechos de la población que le sirven de contrapeso y equilibrio.
Así como en 1938 los artistas clamaban por una libertad artística que les permitiera desarrollar su arte sin sujeción a los modelos estéticos o de conveniencia partidista, durante el COVID-19 debemos clamar por una protección y sublimación del derecho de libertad de expresión de los ciudadanos.
*Director Temático del Magdalena