En estos días se presentó un hecho sin precedentes: un alcalde y un exalcalde de Bogotá, de ideologías distintas, se reconocieron mutuamente su gestión para sacar adelante un importante proyecto para la ciudad. Esto produjo una avalancha de comentarios, entre ellos aplausos por una sola razón: estamos cansados de tanto rifirrafe y polarización.
Como lo he dicho muchas veces, reconocer los aciertos del adversario y los errores propios no significa debilidad. Se requiere de una madurez política especial, de un sentido de vocación para servir y saber qué por encima de cualquier ideología y disputa, están los ciudadanos. Los líderes no nos pueden seguir sometiendo a sus peleas diarias mientras se llevan al país por delante. Los dirigentes políticos deben asumir con responsabilidad su rol de hacer oposición, que es muy distinto a solo llevar la contraria. Hay muchas políticas, programas y proyectos que nos benefician a todos y lo que no puede ocurrir, es que por la soberbia de un personaje político nos veamos todos perjudicados.
Muchos formadores de opinión se han dedicado a llenarnos de odio, a llevarnos a orillas muy distintas, a separarnos y a dividirnos. Así jamás lograremos construir un proyecto de un mejor país. Por eso hoy quiero hacer un llamado a que vengan al centro. Desde el centro es mucho mejor ver las cosas, se tiene visión panorámica, el centro es el equilibrio, el que puede aceptar las cosas de un lado y del otro. Desde el centro no hay necesidad de gritar para que nos escuchen en la otra orilla. El centro es el que es capaz de hacer consensos. Ese debe ser el proyecto político, echar para adelante, no quedarlos en el rifirrafe, ya estamos en un punto de criterio político en que se tiene la capacidad de reconocen los aciertos de cada parte y se recogen para construir un mejor país. El centro es el eje. El centro es conciliador y flexible. El centro es balance. Es sensatez.
Y sí, mi llamado al conformar el centro también lo hago a propósito de las campañas políticas que están desarrollando. Pareciera que algunos no quisieran que nos toleráramos los unos a los otros por tener ideologías diferentes y eso me alarmó. Nos está siendo muy difícil salirnos de la pelea para centrarnos en lo que importa: la gestión y los resultados. Menos blablablá y más trabajo. Bienvenidos los líderes sensatos, los que de verdad conocen las ciudades, los que en realidad quieren trabajar al servicio de una causa que aman y han estudiado.
Por ejemplo, Bogotá desde hace unos años se convirtió en el plato de segunda mesa de quienes fueron derrotados en las elecciones presidenciales. Se les volvió el trampolín para catapultar su imagen política con miras a llegar a la Presidencia. Se postulan al cargo con programas sin un análisis juicioso, sin estudiar por años la ciudad, entender su funcionamiento, problemas y limitaciones. Ser alcalde de Bogotá es el segundo cargo más importante del país, no es una tarima nacional. No es una oportunidad para ser presidente, es una oportunidad para cambiar la vida de millones de personas.
Por eso es mi llamado al centro es por la sensatez. Un centro capaz de dialogar, de no odiar, moderado, prudente y práctico. Un proyecto que en el centro ponga al ciudadano y no los intereses personales. Eso, queridos lectores, es lo que necesitamos, líderes que nunca olviden nunca a qué llegamos a la política: a servir a la gente más nunca a usarla para nuestro beneficio propio.
En Colombia se desperdician 9,7 millones de toneladas de comida al año, mientras 54% de la población vive en situación de inseguridad alimentaria, como prueba, la situación crónica que vemos a diario en La Guajira, la misma que por ningún motivo se nos puede volver paisaje: con la comida que se desperdicia anualmente se puede alimentar a toda Bogotá u ocho veces a La Guajira en un mismo año.
¿Desperdiciamos más alimentos cuando hacemos mensualmente compras grandes? ¿Cuántas veces compramos alimentos que dejamos dañar dentro o fuera de la nevera? En los restaurantes, ¿cuántas veces hemos dejado casi la mitad del plato intacto? ¿Cuántos lugares ofrecen porciones demasiado grandes? En nuestros hogares, ¿utilizamos los alimentos que quedan del día anterior en otras recetas?
Mientras muchos se acuestan sin poder cubrir su ración de comida diaria, otros desperdician toneladas de alimentos. De acuerdo al último documento publicado por el DNP, el 64% de pérdidas de alimentos son ocasionadas entre la producción agrícola y el procesamiento industrial, las cuales termina encareciendo los alimentos. El 36% restante son desperdicios urbanos que se dan entre la distribución, el retail y los hogares. El sector que mayores pérdidas y desperdicios presenta es el de las frutas y vegetales, que son productos esenciales.
En este tema estamos en mora aguardando que desde la administración se planteen políticas y estrategias eficaces para mitigar la perdida y desperdicio de alimentos, ser más sostenibles, y lo más importante, acabar con el hambre. Este es un tema que abre mucho más la brecha de la desigualdad. Los niños que no tienen los nutrientes necesarios en su crecimiento no podrán desarrollarse de manera correcta y aprovechar su potencial, por ejemplo, padecen de déficit de atención, problemas de aprendizaje o enfermedades crónicas no transmisibles. En la adolescencia, una malnutrición puede generar anemia especialmente en la etapa desarrollo de las mujeres. En la adultez, las repercusiones en el estado de salud son múltiples que derivan en distintas enfermedades hasta la mortalidad materna. Todo esto impacta también el sistema económico pues son personas en condiciones desiguales de productividad.
Bogotá tiene que tomar la bandera en el cambio de cultura y en la implementación de estrategias innovadoras y de gobernanza en los sistemas de abastecimientos de alimentos. Promoviendo el desarrollo de mercados barriales, ferias itinerantes de productores o de agricultura urbana, e incluyendo al sector privado para comprometerlos y garantizar la accesibilidad a alimentos saludables y a precios posibles. Hay que fortalecer la alianza con los bancos de alimentos, que son actores centrales en la intermediación entre las pérdidas o desperdicios rescatables y la población de más bajos ingresos.
Otra idea muy sencilla son las neveras comunitarias. Estas estarían instaladas en las tiendas de barrios y los vecinos podrían poner en ellas los alimentos que creen que no van a consumir y que están en buenas condiciones para que quienes necesiten y quieran tomarlos. En Argentina ya funcionan con resultados positivos.
Debemos asegurar la disponibilidad, el acceso y la utilización, estable en el tiempo, de los alimentos. Nadie en Colombia debería pasar hambre. Empecemos por generar una gran campaña: Barriga llena, Bogotá Contenta.
Bogotá es una ciudad de contrastes y con dos caras. Para la muestra: las diferencias abismales entre los barrios de la ciudad. Entre muchos aspectos que hay para combatir la desigualdad también está el acceso a la vivienda propia. Sí, hay que seguir construyendo casas y asegurar un techo a las familias, pero también podemos mejorar y embellecer los barrios, es una estrategia económica y de alto impacto en la calidad de vida.
Según Camacol, la mitad de las viviendas que se construyen cada año en la capital obedecen a procesos no formales. Este aspecto termina siendo más oneroso, formalizar una vivienda cuesta 250% más que haberla construido adecuadamente desde el principio. Además, la mayoría no tienen acceso a servicios públicos, colegios o transporte.
Todos en Bogotá merecemos vivir en espacios agradables. Con un programa muy sencillo de gestionar como es el de mejoramiento de barrios, lograremos un efecto importante: que los ciudadanos nos apropiemos de los espacios, los mantengamos y queramos hacer de ellos mejores lugares. Hay que fomentar el amor por los barrios, cuidarlos y quererlos como lo hacemos con nuestras casas. Si las personas se apropian de los problemas de su barrio, entienden los problemas de la ciudad y se convierten en actores claves para encontrar soluciones.
Mejorar los barrios no es tan costoso como se cree, es simple y tiene un impacto muy positivo en la calidad de vida. No se trata solo pavimentar vías, también es pintar fachadas, arborizar, crear espacios para distintas actividades, iluminar las calles, mantenerlas limpias, instalar zonas de acceso a wifi gratuito, centros comunitarios de internet que cuenten con equipos tan básicos como computadores, impresoras y zonas de juego, instalar frentes de seguridad ciudadanos, entre otros.
Los barrios se deben construir de manera holística con servicios públicos, seguridad, acceso cercano a transporte público, colegios cerca, guarderías para que los papás puedan ir a trabajar tranquilos, y un hospital o un centro de salud para atenderlos. Esto indiscutiblemente hace mucho más fácil la vida de la gente.
Las obras que se hagan en los barrios deben ser con saldo social, es decir, una obra donde la comunidad es el actor principal ya sea ayudando con el diseño o con la ejecución de la misma. Hay que gestionar los recursos para que por lo menos en cada barrio haya una obra de ese tipo. La implementación de una figura, que incluí cuando fui concejal en 2000 y que hasta hace muy poco se dio su reglamentación, como los Demos, es muy oportuna porque se entrega a la comunidad un bien que recientemente ha sido intervenido o mejorado para que ellos trabajen conjuntamente en administrar y determinen que acciones o eventos se pueden realizar en este bien o espacio público y usufructuarlo, es decir, para recibir o ganar unos recursos que tienen que ser reinvertidos en el mantenimiento de ese espacio público que administran. Así garantizamos la sostenibilidad de las obras.
Mejorar los barrios es dar la oportunidad de desarrollar un proyecto personal, familiar y de construir comunidad. Lo había mencionado en una de mis columnas anteriores, las personas se están yendo de Bogotá y una de las razones, es la poca calidad de vida que les estamos ofreciendo. Tenemos que poner los servicios de la ciudad al alcance de las personas y comenzar a construir una ciudad donde las personas tengan oportunidades. Necesitamos escribir la historia de una sola Bogotá.
Históricamente el día de la madre ha sido en uno de los días más violentos del año en el país. Es asombroso y contradictorio: el día que destinamos para demostrar gratitud y amor a nuestras madres por su cariño y entrega, se convierte a la vez en el día en que herimos profundamente su corazón con nuestras acciones. En la última década fallecieron más de 1.360 hombres por las riñas registradas y 127 mujeres también fueron víctimas fatales.
Si el record del día de la madre nos deja boquiabierto, les comparto estas cifras de la Cámara de Comercio de Bogotá: en la ciudad las 74.624 riñas son causa de violencia, desintegración social y en muchas ocasiones terminan en homicidios. Hay desinformación sobre las causas y el tipo de conflictos más recurrentes, porque en muchos casos los bogotanos no hacemos nada: ni nombramos, ni señalamos, ni reclamamos los intereses pacíficamente. Por ejemplo, solo el 32% denuncian y solo 18% lo hacen a través de la aplicación Adenunciar. Esto demuestra dos cosas: la desconfianza de las personas en el sistema judicial y la insuficiencia del sistema para absorber y resolver estas situaciones. Se necesita, entonces, implementar y mejorar los mecanismos de resolución de conflictos.
En el Distrito se han hecho esfuerzos por garantizar la justicia y encontrar soluciones a los conflictos. En 2014, por ejemplo, se inició un Programa de Mediación Policial que ha graduado a más de 160 policías y sensibilizado a 800 en técnicas de resolución de conflictos. Existe “Adenunciar” que es el Sistema Nacional de Denuncia Virtual, esto permite identificar delitos, para que así la administración utilice sus recursos y redirija la política pública eficientemente para combatir los conflictos. De ninguna manera hay que desechar estos programas sino impulsarlos y construir sobre lo construido.
La mayoría de los problemas que radican en el país tienen que ver con la justicia, la impotencia que genera y la necesidad de resolver un conflicto. Un caso que se puede replicar es el de los métodos alternativos de solución de controversias virtuales cuando la disputa sea apropiada para ello. Por ejemplo, —guardando las proporciones y complejidades—, EBAY creó una plataforma de resolución de conflictos online y actualmente resuelve 60 millones de disputas anuales y la Superintendencia de Industria y Comercio implementó un sistema en que se puede denunciar y demandar a través de su página. En Bogotá no hemos experimentado este tipo de sistemas virtuales de solución de conflictos que ahorren tiempo, sean eficientes y conecten a las partes para resolver disputas que pueden, entre otras, descongestionar el sistema judicial y aumentar la confianza al ciudadano. Bogotá puede y debe convertirse en una ciudad de vanguardia en Online Dispute Resolution (ODR), que no es otra cosa que poner la tecnología al servicio de la gente.
Y claro, seguir fomentando la denuncia online, la ciudad necesita información no solo respecto de los delitos que se cometen, sino los conflictos que se producen. Esta categoría más amplia permite desescalar y prevenir los delitos. Hay que entender que la paz también empieza en casa y que mejorar la justicia también se logra con desarrollar otros métodos de solución de conflictos pacíficos. En la forma como nos relacionamos con los otros para ser capaces de convivir en un espacio que todos queremos mejorar.
El QS World University Ranking, en su versión 2019, consideró al Massachusetts Institute of Technology (MIT) la mejor universidad del mundo. Si MIT fuera un país, sería la novena economía del mundo, gracias al gran número de emprendimientos y empresas exitosas que han nacido y se han consolidado en su campus. Alrededor de 30.200 compañías activas en todos los sectores de la economía global nacieron en esta prestigiosa institución, y hoy tienen 4,6 millones de empleos y reportan ingresos anuales por US$1,9 billones.
El éxito de MIT radica en el impacto que sus proyectos tienen en los problemas del mundo real. La universidad entrega las herramientas a sus estudiantes para que creen sus propios emprendimientos, cuenta con laboratorios de investigación, facilita los viajes de estudio y tiene una buena oferta de fellowships que preparan líderes para el servicio público. Su filosofía se basa en el conocimiento aplicado, por eso incentiva a sus estudiantes a crear proyectos y los ayuda a hacerlos realidad.
Cada vez más colombianos tienen la posibilidad de estudiar en el extranjero y entrar a las mejores universidades del mundo. Hoy 43 cursan estudios, dictan clases o desarrollan investigación en MIT e incluso algunos de ellos han recibido galardones por su liderazgo y proyectos.
Para cada uno de ellos MIT era un gran sueño lejano; sin embargo, entrar a esta prestigiosa universidad les resultó mucho más fácil de lo que ellos mismos creían. La barrera económica para hacer parte de este tipo de instituciones cada día se debilita más, la prueba ardua de este proceso está en probar el conocimiento, por eso lo único que se requiere es talento, disciplina y ganas. Hablamos con 14 de estos brillantes estudiantes que inspiran mientras dejan el nombre de Colombia en alto.
Ariel Olivo (1)
Nació, creció y estudió en Barranquilla. Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Luego de trabajar en el sector minero, en el Cerrejón, cursó una Maestría en Ingeniería Mecánica en el École Nationale Supérieure de Mécanique et des Microtechniques en Francia. Ha desarrollado su experiencia profesional principalmente en gerencia de proyectos de energía renovables y de infraestructura. En MIT se encuentra realizando Sloan Fellows MBA, y ha enfocado sus estudios en Emprendimiento e Innovación. Después del MBA, le gustaría trabajar en una startup de tecnología que quiera expandirse en América Latina.
Lucas Ramírez (2)
Pereirano, se graduó en Negocios Internacionales de la Universidad EAFIT de Medellín, tiene un MBA en Finanzas de NYU y actualmente es candidato al Sloan Fellows de MIT. Cuenta con más de 15 años de experiencia en el sector financiero, en mercado de capitales y finanzas corporativas. Durante su trayectoria profesional ha participado en transacciones de mercado de capitales y fusiones y adquisiciones por un monto superior a US$5.000 millones. En MIT está complementando su experiencia y conocimiento en finanzas con temas de estrategia, operaciones, innovación y emprendimiento. También explora la intersección de finanzas y tecnología.
María Alejandra Castellanos (3)
Nació en Cali, es química de la Universidad Icesi. Actualmente es estudiante de doctorado de primer año en Química en MIT. Trabaja en el área de Química Teórica, que busca emplear herramientas computacionales para estudiar las propiedades, dinámica y principios básicos de diferentes sistemas químicos. Su trabajo en MIT es un proyecto en colaboración con otros laboratorios en el Departamento de Química e Ingeniería Biológica, donde buscan crear estructuras controladas de ADN y cromóforos mediante una técnica denominada “DNA Origami”, con el fin de crear sistemas que se puedan usar para la computación cuántica. Antes de iniciar su doctorado en MIT, participó en proyectos de investigación en la Universidad Icesi y University of Rochester.
Guillermo Marroquín (4)
Economista y Administrador de Empresas de la Universidad de los Andes, y máster en Banca y Finanzas Corporativas de ESC Toulouse. Actualmente cursa segundo año del MBA en MIT. Allí se enfoca en nuevas tecnologías financieras para América Latina, lidera el emprendimiento en fintech para MIT, y es co-presidente del LatAm Club. Antes de comenzar sus estudios en MIT, Guillermo trabajó 6 años en el sector financiero y dejó su trabajo en el banco UBS en Nueva York para estudiar temas de emprendimiento, tecnología e inclusión financiera.
Sebastián Bello (5)
Estudió Ingeniería Química en la Universidad Nacional, se especializó en Ingeniería de Operaciones en la Javieriana y en Administración Financiera en la Universidad de los Andes. Tiene 12 años de experiencia en supply chain en diferentes industrias. Realizó un Micromaster online en MIT, el cual le abrió el camino para aplicar a la maestría en Supply Chain Management que cursa actualmente. También se encuentra desarrollando proyectos con dos empresas en Estados Unidos para mejorar la eficiencia de sus cadenas de abastecimiento.
Marcela Ángel (6)
Arquitecta de la Universidad de los Andes con Maestría en Planeación Urbana de MIT. Es investigadora asociada en el MIT Environmental Solutions Initiative y gerente del Programa Clima, Equidad y Desarrollo Sostenible, una colaboración entre investigadores del MIT y organizaciones colombianas para diseñar e implementar modelos de desarrollo inclusivos, apalancando el uso de tecnologías participativas y la co-creación de soluciones ante retos ambientales y sociales relacionados al cambio climático, la deforestación y conservación de biodiversidad en Colombia. Su investigación reciente incluye el diseño de un modelo para focalizar intervenciones paisajísticas en Bogotá, con el fin de generar una distribución más equitativa del arbolado público como estrategia de mitigación y adaptación al cambio climático.
Juan Cristóbal Constain (7)
Graduado de la Maestría en Planeación Urbana de MIT con énfasis en desarrollo económico y comunitario y del programa de pregrado en Gestión y Desarrollo Urbanos de la Universidad del Rosario. Es gerente de Innovación Regional en CoLab, enfocado en el diseño e implementación de programas de construcción de capacidades y desarrollo de liderazgo que desarrollen la democracia económica y la autodeterminación. Ha concentrado su trabajo en los últimos años en la región del Pacífico colombiano donde CoLab ha llevado a cabo tres programas con líderes en Buenaventura y Quibdó desde 2014. Enfoca su trabajo, investigación y práctica en la relación entre la innovación y la desigualdad y las condiciones que pueden soportar el avance de la democracia económica a través de la innovación y el emprendimiento.
María Paula Castillo (8)
Ingeniera Civil con una Maestría en Economía de la Universidad de los Andes. En MIT estudia un MBA, con el foco en temas de tecnología y transporte. Durante el programa hizo una pasantía como gerente de proyectos en Tesla. Actualmente lidera el 2019 MIT Sustainability Summit que para este año tiene como tema el transporte sostenible, en especial en los impactos y las limitaciones de las nuevas soluciones tecnológicas en la movilidad. Tuvo experiencia antes del MBA principalmente en consultoría, primero en el sector de transporte y luego en consultoría estratégica.
Julián Ortiz (9)
Nació y creció en Cali. Estudió Economía e Ingeniería Industrial y una Maestría en Economía en la Universidad de los Andes. Desarrolló una pasión por la agricultura gracias a sus abuelos, que eran campesinos en el Valle del Cauca. Antes de unirse a MIT Sloan para estudiar un MBA, trabajó como consultor en McKinsey & Co, y como gerente de Proyectos para una compañía de biotecnología en América Latina. En Sloan lideró la primera gira de estudios sobre agricultura sostenible en Colombia, fue finalista en la competencia Nacional de Patagonia y es el co-presidente del Club de Agricultura de MIT. Adicionalmente se encuentra cofundando “AdaViv”, un software para la gestión eficiente de cultivos que ayuda a los cultivadores a mejorar sus ganancias hasta en 30%.
Samantha Gutiérrez (10)
Ingeniera Biomédica del Tecnológico de Monterrey y asistente de Investigación en el Laboratorio de Biomecatrónica del MIT Media Lab. Actualmente trabaja en varios proyectos centrados en un nuevo paradigma quirúrgico que preserve antes de la amputación de una extremidad las relaciones musculares dinámicas para que los pacientes controlen sus prótesis con señales neuronales nativas. Antes de unirse a MIT, trabajó en Northeastern University en explorar los efectos psicológicos y de comportamiento de los medios interactivos en niños con sobrepeso. Allí realizó múltiples análisis y recopilación de datos electrofisiológicos y participó en investigaciones sobre el trastorno del espectro autista en Yale Child Study Center y desarrollló herramientas de aprendizaje y dispositivos de investigación.
Germán Parada (11)
Ingeniero químico de Iowa State University, estudió becado gracias a su desempeño académico. Después de terminar su pregrado, comenzó sus estudios de doctorado en MIT, al trabajar en el departamento de Ingeniería Mecánica, donde conseguirá su PhD en 2019. Su investigación abarca la síntesis, fabricación y caracterización de materiales “suaves”, con énfasis en el desarrollo de nuevas tecnologías en el campo de dispositivos médicos para mejorar el bienestar de los pacientes y disminuir las complicaciones hospitalarias. Durante su posgrado ha estado involucrado en el gobierno estudiantil, donde ha desarrollado programas para orientar a los nuevos estudiantes y para incrementar la diversidad y bienestar de los estudiantes de posgrado en MIT.
Luz Elena Grisales (12)
Barranquillera de solo 17 años, estudia de primer año de pregrado en MIT. Participó por cinco años en olimpiadas de matemáticas a nivel internacional y decidió que quería dedicarse a la academia. De ese modo, en décimo se trazó el objetivo de ir a estudiar a MIT. Para ingresar primero aplicó y cuando la admitieron elevó una solicitud de ayuda financiera. Por eso sostiene que “lo difícil es pasar» para cumplir el sueño. Está interesada en estudiar matemáticas y ciencias computacionales. Actualmente trabaja como asistente de laboratorio en Fundamentals of Programming, uno de los cursos de EECS. Aparte de las ciencias matemáticas y computacionales, le interesa la educación.
Sebastián Pérez (13)
Arquitecto de la Universidad de los Andes. Trabajó en investigación urbana, diseño arquitectónico institucional y desarrollo residencial en Brasil y Colombia. Actualmente cursa una maestría en desarrollo inmobiliario y es investigador del MIT Real Estate Innovation Lab, donde estudia el ecosistema de emprendimiento, innovación urbana e inversión privada como vehículos que impulsan el acceso universal a vivienda de calidad. Sostiene que los laboratorios son unas de las mejores opciones para obtener ayuda financiera para iniciar un postgrado en MIT.
Sebastián Palacios (14)
Ingeniero de Herramientas Biológicas y Electrónicas para aplicaciones en salud humana y candidato a Ph.D. en Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación en MIT, donde se enfoca en el uso de la ingeniería y las ciencias de la computación para diseñar la computación biológica y el control en células vivas. Es aprendiz del programa de capacitación en Ingeniería Neurobiológica del MIT y del programa de Educación de posgrado en Ciencias Médicas de MIT en colaboración con la Escuela de Medicina de Harvard. La institución educativa ha reconocido su liderazgo. Por eso recibió un galardón del MIT University Center of Exemplary Mentoring por su excelente desempeño en su programa de posgrado. Además, ganó un Premio Nacional de Investigación NIH por su potencial para moldear el futuro de la neuromedicina, entre otros reconocimientos. Se desempeña actualmente como presidente de la Junta de Liderazgo Estudiantil en el Centro de Biología Sintética de MIT, y es un miembro graduado de la Fundación Nacional de Ciencias.
La semana pasada escribí sobre la desigualdad verde y quiero seguir llamando la atención sobre este tema. Partamos de que en Bogotá necesitamos sembrar por lo menos un millón de árboles. Plantados en los lugares correctos, los árboles pueden hacer de las ciudades espacios más saludables y proveer una mejor calidad de vida para los ciudadanos. El problema es que, en las localidades de menores ingresos en el suroccidente de la ciudad, donde hay 20 o 14 personas por cada árbol en vez de 3 como lo recomienda la OMS, no hay suficiente espacio disponible para sembrar los que se necesitan. Por lo menos, no sin afectar la calidad urbanística de los parques o a costa de otros servicios recreativos. Aclaremos: no se trata de llenar los parques de árboles. Sabemos que en el clima bogotano tener espacio para recibir el sol es una característica de los mejores parques. Se trata de plantarlos inteligente y focalizadamente, para acabar con la desigualdad verde e inequidad ambiental.
A pesar de esfuerzos recientes del Jardín Botánico por mejorar la arborización en localidades como Ciudad Bolívar, el reto que la entidad viene enfrentando es que en las áreas donde esta puede y debe plantar, como separadores viales, andenes, alamedas y parques de bolsillo; no hay suficiente espacio disponible para sembrar los árboles que se necesitan. Y, a pesar de tener una base de datos extensa sobre el arbolado público, los datos no son lo suficientemente precisos y actualizados para tomar decisiones estratégicas a escala micro. Para plantar un millón de árboles con un impacto real, necesitamos estrategias radicales para crear más espacio verde y mejores herramientas tecnológicas para la toma de decisiones ambientales.
Saber cuántos árboles hay y dónde están ubicados puede ser más difícil y costoso de lo que parece y puede tomar años. Por eso, cada vez más, las ciudades usan de tecnología de punta para hacer inventarios sobre el arbolado público. Combinando entre imágenes satelitales, drones, e inteligencia artificial, es posible tener un mapa preciso y actualizado para identificar patrones de desigualdad y focalizar las iniciativas de plantación.
También, necesitamos estrategias radicales para crear más espacios verdes a corto y largo plazo. Aplicar los avances y complementar la norma urbana para a futuro no repetir errores que perpetúan la desigualdad verde: desde asegurar un crecimiento ordenado y sostenible a nivel regional hasta pedir que cada nuevo colegio, parqueadero, parque o edificio tenga una estrategia paisajística integrada.
De forma inmediata, necesitamos recuperar y transformar espacios existentes. Para esto debemos promover un uso más eficiente del espacio a escala micro y reclamar espacios residuales y sub-utilizados, acabar con los separadores viales de solo concreto, reducir el ancho de las vías donde no afecte el tráfico, reverdecer espacios de parqueo o cubiertas y acabar con los parques que no tienen ni un árbol.
Esta es una oportunidad para trabajar con las comunidades y crear conciencia sobre la importancia de la naturaleza y el impacto de nuestras acciones en el planeta. No olvidemos que la biodiversidad es una de las principales riquezas de nuestro país, y nuestras ciudades no deberían alejarse de este contexto. Por eso, hagamos una campaña de siembra masiva, pero hagámoslo de forma inteligente, participativa, biodiversa, y ante todo equitativa.