Alguien a quien admiro mucho me dijo
alguna vez que al Bienestar Escolar se le puede denominar “el aula fuera del
aula”. Esta frase se ha vuelto casi como un slogan para el tema en el cual me
estoy desenvolviendo desde hace algún tiempo. La formación de un estudiante no
está solo en un salón de clases y mucho menos en este momento en que el mundo
en el que vivimos nos da la oportunidad de aprender en cualquier momento y
lugar. Es por esto que la necesidad que se tiene actualmente de innovar en la
educación nos lleva a pensar en una estructuración clara y detallada de un
espacio que haga protagonistas a los estudiantes de su propio aprendizaje
conociendo un sinnúmero de posibilidades que les ofrece el mundo que los rodea.
Para la Secretaría de Educación del
Distrito, el Bienestar Escolar es el estado de satisfacción de la persona en
sus dimensiones física, mental, emocional y social; quien, durante su vivencia
como estudiante y participante activo de la comunidad educativa, permitirá una
mejor convivencia entre estudiantes y la comunidad educativa, además de
desarrollar una cultura del bienestar durante su estadía en el colegio. Cuando
se habla de cultura de bienestar, se trata de buscar que el estudiante se
sienta a gusto y feliz en su colegio. Esto es sumamente importante, pero solo
si esta búsqueda de la felicidad corresponde a un fortalecimiento de
habilidades y competencias que le permitan al estudiante desarrollarse como una
persona formada y competente y que le permita afrontar su vida de la mejor
manera cuando deje su vida escolar.
La Secretaría cuenta entonces con la
EIPBE (Estrategia Integral de Promoción del Bienestar Estudiantil), propuesta
que brinda herramientas pedagógicas y didácticas a la comunidad educativa. Está
dirigida en primer lugar a los colegios oficiales que tienen como uno de sus
propósitos contribuir con la permanencia de los estudiantes promoviendo, consolidando
y garantizando la prestación de un servicio educativo de calidad. Se promueve
la prevención y atención de los accidentes escolares, los estilos de vida
saludable; asociados a la alimentación saludable y la actividad física, las
prácticas relacionadas con la movilidad escolar y la valoración y compromiso
que implica la corresponsabilidad de todos los miembros de la comunidad
educativa.
Por otro lado, algunos colegios
privados entienden el Bienestar Escolar como un área que está integrada por los
servicios de Psicología, Trabajo Social, Biblioteca y Enfermería entre otros,
servicios básicos que cualquier colegio debería ofrecer como institución
educativa que brinda calidad para sus estudiantes.
¿Pero, hasta qué punto el Bienestar
Escolar se debe ver como un servicio básico que debe prestar una institución
educativa?
La respuesta a esta pregunta es
afirmativa, pero se debe tener cuidado al momento de explicarla. El Bienestar
Escolar debe ser un servicio básico que presta una institución educativa proyectado
con un fin pedagógico y formativo. De nada sirve brindar espacios motivantes y
llamativos a los estudiantes si no existe un propósito pedagógico de fondo. Estos
espacios se deben ofrecer teniendo como objetivo claro el fortalecimiento de
habilidades y competencias en los estudiantes tales como liderazgo, autonomía,
responsabilidad, comunicación, trabajo en equipo, entre otros.
Es por esto que la estructuración de
comités estudiantiles, la realización de un programa robusto de salidas
pedagógicas, unas escuelas extracurriculares de formación de buena calidad, la
realización de proyectos propuestos por el gobierno escolar, intercambios
deportivos, académicos y culturales se vuelven relevantes para que la formación
de una persona sea integral.
Por más de que la educación en
nuestro país se enfoque en el mismo objetivo, no podemos ser ciegos a la
realidad en que vivimos, en donde la brecha que existe entre la educación
oficial y la educación privada es un poco alarmante teniendo en cuenta que se tienen
necesidades y problemáticas sociales diferentes.
Más allá de lo que el Distrito ofrece
para garantizar Bienestar a sus estudiantes, espacios que sin lugar a duda, son
muy importantes, los colegios deben ofrecer tanto a sus estudiantes como a toda
su comunidad, un servicio en el cual ellos mismos sean protagonistas de su
propio Bienestar; es decir, brindarles la oportunidad de florecer en su aspecto
personal y prepararlos para el profesional en un futuro cercano, haciéndolos
partícipes de su desarrollo formativo sin desligarse del aspecto académico.
Con la llegada de la tecnología al mundo financiero Colombia se ha venido consolidando como el tercer ecosistema Fintech mas importante de América Latina después de México y Brasil[1]. Este gran reconocimiento no solo se da como respuesta a una banca colombiana aun muy tradicional donde en muchas ocasiones se depende de sucursales físicas y engorrosos tramites, sino por la dificultad en cuanto a requisitos o “papeleo” para acceder a servicios financieros básicos.
Todos estos proyectos financieros basados en tecnología se convertirán en importantes impulsores de la Inclusión Financiera en Colombia pues muchos de sus desarrollos se concentrarán en llegar a segmentos del mercado que, o están inconformes con sus actuales servicios o simplemente no encajan dentro de los objetivos comerciales de la actual banca.
Sin embargo, a pesar del gran aporte que las Fintech y los desarrollos tecnológicos harán a la Inclusión Financiera, existe un considerable riesgo donde precisamente por el fácil, rápido e intuitivo acceso a dichos servicios, el bienestar financiero de algunos usuarios en el mediano y largo plazo se afecte, pues estas innovaciones harán que con un par de clics se pueda acceder a créditos e inversiones sin conocer a fondo las responsabilidades financieras que estos servicios conllevan.
Con desarrollos cada vez mas intuitivos y visualmente agradables, los colombianos podrán endeudarse e invertir fácilmente quizás pasando por alto la conveniencia, propósito y viabilidad financiera de esa importante decisión.
Por esta razón, reconociendo los grandes beneficios que seguirá trayendo la tecnología, es importante que las iniciativas de Inclusión Financiera vengan acompañadas de Educación Financiera bajo el liderazgo y supervisión del Estado, donde se le enseñe al usuario a analizar y comprender las condiciones, beneficios o perjuicios reales que les traerá adquirir dichos productos.
La Educación Financiera, preferiblemente desde temprana edad, le podrá enseñar a los futuros usuarios que endeudarse para cubrir gastos o caprichos del día a día, a la final no es sostenible; les podrá generar un criterio financiero que los motivará a indagar, preguntar y asesorarse cuando en el mercado surjan promociones que “garanticen” exorbitantes rentabilidades o cuando insistentemente ofrezcan en redes sociales créditos que se aprueban en pocos minutos.
De esta manera, si se aúnan esfuerzos para garantizar Inclusión con Educación entre el Estado, las nuevas Fintech y la actual banca que poco a poco ira sacando al aire sus Neobancos, la economía colombiana será la gran beneficiada pues quienes accederán a los nuevos servicios serán personas más informadas, responsables y por ende críticas que los llevará a aprovechar al máximo las herramientas de un ecosistema financiero en constante cambio.
Director Educación Financiera de Alcentro*
[1] Fintech: Innovaciones que no sabías que eran de América Latina y Caribe – Finnovista y el BID 2019.
Hoy 13 de febrero, día mundial de la Radio proclamado por la Naciones Unidas, se celebra un año más de este maravilloso servicio, el cual este año, se destaca como el medio de comunicación más usado en todo el mundo que se transforma en una herramienta esencial para formar a la sociedad en la diversidad; definición que es totalmente acertada en nuestro país, al contar con 1589 emisoras que acorde a su finalidad en la programación velan para que todas las voces se escuchen, se expresen libremente y se sientan representadas.
La radio ya como servicio de radiodifusión sonora en conjunto con sus componentes esenciales para transmitir la voz humana tiene como antecedente en el mundo, el 24 de diciembre del año 1906, tal como lo registra la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura al citar a Reginald Fessenden que efectuó la primera radiodifusión y trasmisión de la voz humana, música en vivo y música grabada, lo que convierte a este servicio además en uno de los más antiguos de las comunicación aun presentes en el mundo con más de 113 años de antigüedad.
En nuestro país el Servicio Público de Radiodifusión Sonora tiene como antecedente histórico y técnico a los radioaficionados que son los primeros en efectuar este tipo de transmisiones inalámbricas a través de receptores de baja potencia y ya como servicio tal como lo narra la Historiadora Diana Uribe en unos de sus podcast que la primera emisora fue la llamada HJN, en el año 1929, durante el mandato del Presidente Miguel Abadía Méndez posteriormente llamada la Voz de Barranquilla, celebrando entonces 90 años de la radio colombiana a la fecha.
Los 90 años de historia de la radio colombiana se han destacado desde sus inicios como medio de comunicación esencial e influyente en nuestro país al ser un medio de comunicación que traspaso con su señal dificultades geográficas y ahora las económicas, ya que es un servicio económico para su transmisión pero gratis para el usuario, donde sigue perdurando su influencia tal como lo destacó el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones en conjunto con Cifras & Conceptos en la Primera Gran Encuesta TIC del año 2017, estableciendo que el 71 % de los ciudadanos han escuchado radio en el último mes, lo que configura este servicio como esencial para la comunicación de los Colombianos.
Ahora de las categorías existentes de la radio y su papel de velar por la instrucción a la sociedad en la diversidad, es fundamental la radio comunitaria, cuya visión e influencia sirven como instrumento de integración nacional, lo que consolidaría la naturaleza territorial de estos medios de comunicación, al ser la radio comunitaria un instrumento que le permite a todos los colombianos crear y difundir contenidos pluralistas, culturales, educativos y en general de fortalecimiento de la diversidad.
De otro lado los efectos de la Ley de Modernización del Sector TIC respecto al Servicio de Radiodifusión Sonora, traerá grandes retos de análisis e interpretación frente a la maximización del bienestar social sobre la maximización de recursos en los procesos de asignación de espectro radioeléctrico, el aumento de los plazos de las concesiones del servicio a 20 años con prórrogas de este mismo término en relación al mercado del servicio de la radio y además el papel que jugara el nuevo regulador único como lo será la Comisión de Regulación de Comunicaciones en aspectos tan fundamentales para el servicio como su mercado entre otros, lo que en su día es esencial que se apoye este servicio y se genere una interpretación regulatoria que beneficie a estos medios de comunicación para que sigan creciendo y no disminuyendo.
Consiguientemente, el servicio de la radio al ser en la actualidad una tecnología análoga debe transformarse y prevalecer en esta era digital, para lo cual, en su día todos debemos comprometernos en especial, el Gobierno Nacional a brindar las herramientas para que se genere una interpretación dinámica de la regulación y se cree una nueva adaptada a los retos de la cuarta revolución industrial, en conjunto con el desarrollo de su habilitación, lo que brindaría herramientas para que el servicio siga evolucionando al lado de las nuevas tecnologías y mercados dinámicos tecnológicos.
En su día agradecemos la extraordinaria labor de los locutores, creadores de contenido, operadores, prestadores, técnicos, administradores, académicos, reguladores, entidades privadas, entidades públicas, organizaciones sociales y demás personas que desde hace más de 90 años han hecho posible que la radio sea el medio de comunicación con más cobertura e influencia en nuestro país y hoy todos los que amamos este servicio tenemos un reto aun más grande que es impulsar el uso de tecnologías que convertirían este servicio análogo en un servicio esencial de comunicación en la cuarta revolución industrial, como lo son, el chip de F.M., radio hibrida y radio digital.
*Director de Radiodifusión Sonora del Tanque de Pensamiento Alcentro.
Humedal el Burro, más popularmente conocido como el “Burrito”, es uno de los tres humedales que están ubicados en la Localidad Octava de Kennedy. Es considerado un patrimonio ambiental y cultural. Se dice que, en los años 50, este humedal contaba con aproximadamente 171 hectáreas de área ambiental; hoy, con suma tristeza, el “Burrito” solo cuenta con 18,8 hectáreas; lo anterior, debido al aprovechamiento de entes públicos y privados.
El humedal se encuentra ubicado exactamente en la parte suroccidental de la Ciudad, divido por la avenida Ciudad de Cali, limita con barrios como: Patio Bonito, Ciudad Tintal, María Paz, Castilla e incluso puede llegar hasta el sector de Mandalay.
En el año 2004, el humedal alcanzo quizás el limite más crítico ambientalmente hablando, lo anterior debido a las excesivas construcciones que se realizaron en ese tramo de tiempo en los sectores de Patio bonito y Ciudad Tintal; por aquella época, la conciencia ambiental de nosotros los Kennedyanos prácticamente no existía. Tuvimos que llegar al límite para darnos cuenta de la importancia de este corredor ambiental. Fue así, que hasta el año 2010 y con mucho trabajo se logró recuperar algunas hectáreas. En el año 2012 por medio de la resolución 1238 del mismo año se consideró al humedal el Burro, como área de protección ambiental.
Hasta aquí, la recuperación del humedal iba por buen camino; pero, el 16 de diciembre del 2019, La administración del entonces Alcalde de Bogotá Enrique Peñalosa Emitió la resolución 3643, la cual deroga y deja sin efectos la resolución 1238 del 2012, que protegía al humedal el Burro de intervenciones por parte de privados. Esta noticia fue golpe para los que consideramos que ya hemos realizado suficiente daño a la estructura ambiental de la Ciudad y de la Localidad; inmediatamente miles de ambientalistas y ciudadanos del común pusieron en la mesa una contundente voz de rechazo, lo que provoco por poco tiempo, qué las maquinarias no pudiesen ingresar al sitio de construcción.
Sin embargo, aprovechando la época de fin de año y demás, la constructora a cargo de iniciar labores en el humedal “burrito” comenzó a ingresar tractocamiones y maquinaria pesada. A lo cual los ciudadanos reaccionaron con protestas frente a los hechos que están ocurriendo, la constructora responde diciendo que a la fecha no se encuentra rasgo alguno de espejos de agua y que además no hay un enlace superficial con el humedal el burro; lo cual es una mentira absoluta, el terreno demarcado como el burrito a la fecha cuenta con presencia de espejos de agua lo que haría totalmente descabellada la decisión de construir allí.
Recientemente, fue consultada la Alcaldesa Actual de la Ciudad, Claudia López, sobre cuál sería su postura y actuar frente a los hechos que están ocurriendo en dicho corredor ambiental; a lo cual ella respondió que una de sus banderas como jefa absoluta de la Ciudad era proteger cada cuerpo de agua y cada reserva ambiental, también sostuvo que ha mantenido constantes reuniones con la nueva secretaria ambiental Carolina Urrutia, para determinar los caminos jurídicos que evitarían una construcción allí. Además, recientemente la secretaría ambiental sostuvo que es prácticamente un hecho que el humedal el burro volverá a ser un área de protección ambiental.
Para terminar, considero que tenemos que ser conscientes del daño ambiental que se le ha ocasionado al humedal el burro; estamos hablando que a la fecha se reporta que se ha acabado con el 89% de tierras que tenía originalmente el humedal. Es momento que, como Ciudadanos, como Kennedyanos nos mantengamos unidos y evitemos la urbanización en este lugar que tanto nos puede brindar. Es momento que la Junta Administradora Local de Kennedy tome parte activa en este asunto, es momento que los colegios realicen charlas constructivas sobre el cuidado ambiental y, sobre todo, es momento de que los niños y jóvenes sean los que más alcen la voz de protesta contra estos hechos funestos, ya que está generación es la más afectada por nuestro actuar ambiental en el pasado.
Dado lo anterior y siendo probablemente el humedal que más terreno ha cedido a constructoras, hoy cientos de Kennedyanos, damos una voz de protesta para que el “Burrito” sea por fin un sendero ambiental y turístico y se evite las futuras construcciones en este hermoso Lugar.
Terminan las festividades de fin de año y todo vuelve a la normalidad, empieza laboralmente un año nuevo y con éste entra en vigencia un nuevo salario mínimo legal que según el Decreto 2360 de 2019, es de $877.803.oo.
La expedición de este Decreto se dio en un momento de aparente conmoción interna, pero fue demostración de que a pesar de los buenos motivos que inspiran a algunos, las manifestaciones que tuvieron lugar en el mes de diciembre se vieron empañadas por la falta de liderazgo de un autoproclamado comité del paro, incapaz de influir verdaderamente en este asunto, y así mismo, de que el Gobierno paradójicamente, no siguió la línea de los empresarios e industriales, marcando por segundo año consecutivo uno de los mayores aumentos reales del salario mínimo en la historia.
Una historia corta pero fatigosa que se remonta al año 1949, cuando por primera vez se fijó un salario mínimo mensual, dando por fin cumplimiento a la Ley 6 de 1945; este mandato fue compendiado por el Código Sustantivo del Trabajo en 1950 y luego elevado al rango constitucional en la Constitución de 1991 en su artículo 53. Es innegable la importancia de debatir este tema, sobre el cual hay diversos puntos de vista, críticas e incluso propuestas, las cuales, ya con un poco de cabeza fría, se pueden analizar objetivamente.
Para empezar es importante aclarar que no hay crítica pequeña, cualquiera es una oportunidad de diálogo y aprendizaje, después de todo no todos somos economistas ni estamos totalmente informados, por lo cual para los agitadores e incendiarios, es fácil enardecer los ánimos y hacer propuestas con poco fundamento pero que pueden llegar a gozar de popularidad, de modo que es necesario un debate abierto en el que se difunda información veraz y que se haga no desde los ánimos sino desde los argumentos.
Una de las críticas que más me ha llamado la atención, es la de cierto sector que considera que el debate del salario mínimo es un tema sobrevaluado, toda vez que el porcentaje de colombianos que recibe este pago no supera el 6.7% de la fuerza laboral, unos 2.5 millones de personas.
Esta postura es errada pues el salario mínimo no sólo afecta los ingresos de esta parte de la población, sino que además sirve como medida base para los asalariados, que alcanzan el 31.8% de toda la fuerza laboral, unos 12.3 millones de colombianos, algo más de un cuarto de la población colombiana; adicionalmente el salario mínimo es una cifra de referencia que utilizan muchos trabajadores independientes para establecer el valor por sus servicios o productos; sin mencionar que los aportes de salud, pensión y otros, los pagos de multas y en general todo el sistema normativo, se soportan aún en esta cifra como valor de referencia. Sin duda alguna la mayor parte del debate se centra en el valor del salario mínimo.
Lamentablemente en muchos casos la discusión no va más allá de los $877,803 y para qué alcanzan, y se dejan de lado análisis importantes como el aumento real, el costo para los empleadores, el valor adquisitivo respecto al costo de vida y otros.
Vale la pena empezar por una revisión del aumento histórico durante las últimas cuatro décadas, desde el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) hasta nuestros días. Según cifras del Banco de la República, el histórico de aumentos es el que se observa en el cuadro de la página anterior.
Para un correcto análisis de esta progresión es importante entender que el aumento real del salario mínimo no corresponde simplemente al porcentaje aprobado por Decreto, sino que este porcentaje debe contrastarse con la inflación al cierre del año; por ejemplo, entre los Gobiernos de Virgilio Barco y César Gaviria se presentaron los mayores aumentos porcentuales decretados en las últimas cuatro décadas, que oscilaron entre el 26% y el 27%, pero en esos mismos años la inflación estuvo disparada, llegando a la inverosímil cifra de 32.37% en 1990, por lo tanto en esos años el aumento real del salario mínimo estuvo en cifras rojas y los colombianos asalariados, año tras año recibieron menos ingresos.
Sucede algo similar con los aumentos decretados del 7% en el gobierno de Santos, para los años 2016 y 2017, o mayores al 7% en el gobierno de Álvaro Uribe, para los años 2003, 2005 y 2009, ya que dichos aumentos se dieron en años que cerraron con la inflación por encima del 6%; si bien los aumentos reales no estuvieron en rojos, tampoco fueron tan generosos como podría pensarse.
Es comprensible que no todos los que opinan al respecto estén familiarizados del todo con el tema, por lo cual muchos en este punto se preguntarán qué es la inflación y por qué debe hacerse este contraste. Pues bien, explicada de manera sencilla, la inflación es el aumento general y continuo del precio de insumos, bienes y servicios, que se da por múltiples factores, como el aumento mismo del costo de las materias primas, escasez de productos o insumos, o una mayor cantidad de clientes o de capital; esto se explica mejor por la ley de oferta y demanda, que en pocas palabras indica, que el precio de un producto puede aumentar si hay escasez del mismo, si aumentan los compradores, si los compradores disponen de más dinero, por lo cual el producto puede venderse a un mejor precio, o si los costos de producción aumentaron, ya que estas mismas condiciones se presentan para cada uno de los insumos con los que se fabrica un producto y que toda empresa debe lidiar no sólo con los costos operativos sino con costos administrativos, de comercialización y financieros, entre otros.
Supongo que los más ortodoxos se deben estar rasgando las vestiduras con esta explicación pero nos da las herramientas mínimas para continuar nuestro análisis sobre el salario mínimo. En resumen, el aumento del salario mínimo es real sólo cuando es superior a la inflación, ya que sólo de esta manera se pueden seguir adquiriendo los mismos productos y servicios, o más; con un aumento inferior a la inflación, como sucedió durante los gobiernos de Barco, Gaviria, Samper y Pastrana, aún ganando más, alcanza para menos. En comparación, están los aumentos reales del salario mínimo más altos de la historia, para el año 1984 durante el gobierno de Belisario Betancur, para el 2006 durante el gobierno de Álvaro Uribe, para el 2014 durante el gobierno de Santos y los dos aumentos que se han hecho en el gobierno de Iván Duque.
No obstante, el debate va mucho más allá de si nos podemos sostener a flote, el debate es sobre lo que es justo y en ese orden de ideas es fácil exigir que se siga el ejemplo de Chile y México, donde se anunciaron aumentos muy superiores a la inflación, pero esta no es una decisión tan simple, mientras para el asalariado, el salario mínimo quedó fijado en $877,803 y el auxilio de transporte en $102,853 ($980,657 en total), para el empleador el costo total por empleado es de $1,361,255 a causa de los aportes adicionales; es importante aclarar que la Ley 1943 de 2019 exonera en determinados casos del pago de aportes en salud, ICBF y SENA.
Es fácil pensar que con un salario mínimo mayor se adquirirían más bienes y servicios, por lo cual los empleadores tendrían mejores ventas y con eso podrían recuperar el incremento en los pagos de nómina, e inclusive aumentar la producción y generar más empleo, pero esto es falso, desde el comienzo del año los precios ya marcarían una tendencia al aumento por los nuevos costos de nómina y de materias primas, entre otros; además, aún con un salario mínimo mayor, el consumo no aumentaría lo suficiente para sostener este incremento y el aumento del consumo después unos meses se estancaría y se estabilizaría, el efecto dominó en el aumento de los precios y el aparente mayor flujo de capital, se reflejarían a la larga en un aumento disparado de la inflación, también en precarización del empleo y aumento del desempleo, pues la alteración en los mercados sería tal que podría llevar a la quiebra a muchas empresas, en especial a las pymes, o las obligaría a procesos de restructuración, en los que tendrían que reducir drásticamente sus nóminas, tercerizar parte de sus procesos o recurrir a “contratos Pastrana” (de prestación de servicios) para ahorrarse el pago de aportes de seguridad social y otros, habría un aumento de la informalidad y una situación general de incertidumbre laboral, lo cual a su vez desestimularía el consumo.
Con una inflación y desempleo elevados, el país entraría en un decrecimiento de la actividad económica, comercial e industrial, y estaríamos nuevamente en un periodo de recesión, con una caída del producto interno bruto (PIB), pérdida excesiva del poder adquisitivo y el empobrecimiento de una mayor parte de la población, un apocalipsis económico y financiero del que cualquier economía desea librarse.
Venezuela es un ejemplo de cómo una economía nacional puede colapsar, México podría convertirse en el siguiente. Otro análisis erróneo que suele hacerse, es comparar el salario mínimo y su poder adquisitivo con el costo de vida de las ciudades más onerosas y pensar que esta comparación es válida para todo el territorio nacional, pero ciertamente no es lo mismo, lo que parece un aumento discreto en Bogotá puede parecer un aumento significativo en ciudades como Pasto, Tuluá o Ibagué, donde el costo de vida es significativamente menor.
La propuesta fácil es que el aumento del salario mínimo sea diferenciado por ciudades, pero esto atentaría directamente contra las poblaciones de las ciudades menos desarrolladas, disminuyendo su capacidad para adquirir bienes y servicios que no se producen en sus departamentos, reduciendo más su calidad de vida y agudizando la desigualdad en el país, esto irremediablemente aumentaría la presión sobre las ciudades capitales, aumentando el desempleo y la pobreza.
La idea de pagos diferenciados no es nueva, sólo hasta 1984 se unificó un mismo salario mínimo para todo el país, independiente del sector económico o de la ciudad donde se desarrollara la actividad. Antes de esta unificación, los Decretos 236 de 1963, 240 de 1936 y 577 de 1972, por ejemplo, establecían que los salarios debían ser diferenciados por zonas o departamentos del país, sector económico, tamaño de la empresa e incluso, edad del trabajador, pero el salario mínimo finalmente habría de unificarse por la discriminación intrínseca injusta que estaba afectando principalmente al sector rural.
Pero entonces ¿cuál puede ser una solución? El emprendimiento es la respuesta inmediata, pues genera empleos nuevos, dinamiza los mercados, amplia el espectro de productos y servicios, inspira a otros a emprender, etc. Pero está claro que no todos tienen las habilidades, los conocimientos o simplemente el interés por emprender, lo que evidencia por un lado la incapacidad del país para generar una cultura de emprendimiento y por otro, que el emprendimiento más que una respuesta es una evasiva al tema específico.
El núcleo de la discusión es la distribución de la riqueza, toda vez que los empleadores logran utilidades gracias al desempeño de su talento humano y en justicia los trabajadores deberían verse beneficiados en proporción a las utilidades obtenidas por las empresas para las que trabajan. La prima de servicios por definición acoge este principio, siendo una retribución que se ofrece por alcanzar las metas propuestas, un incentivo al buen desempeño y a los logros destacados, un fomento a la productividad. Fueron en parte estas las motivaciones que dieron lugar a su creación en 1948 mediante el Decreto 2474, con el cual se ordenó a las empresas a distribuir una parte de las utilidades entre los trabajadores que prestaban servicios personales en forma permanente.
En la actualidad pese a ser un derecho ganado, normativamente la prima de servicios ha perdido su naturaleza inicial y quedó reducida a una prestación social que equivale al pago del valor de un salario mínimo mensual, dividido en dos cuotas semestrales, independiente de las utilidades que obtenga la empresa.
Está claro que en muchas ocasiones las empresas pueden presentar pérdidas o cerrar el año sin utilidades, pero lo cierto es que en los últimos años la economía del país ha venido mejorando, sólo entre los años 2018 y 2019 las 5,000 empresas más grandes del país alcanzaron un total de $71 billones de pesos en utilidades y en el año 2019 el sector financiero reportó utilidades por $89,5 billones; si bien muchas empresas pagan a sus empleados primas extralegales, bonificaciones de éxito u otros incentivos, no es el común denominador.
Tal vez es momento de que se reglamente una prima extralegal en los casos de estas grandes empresas y del sector financiero, que constituya un paso decisivo para enfrentar la desigualdad y obrar en justicia con el talento humano que con su trabajo contribuye a obtener semejantes ganancias. Un punto de inicio y poco explorado, es la Ley 789 de 2002, que en su artículo 44 establece estímulos para las empresas que repartan utilidades entre sus empleados y les permitan participar del capital de las empresas a través del mercado accionario, lo cual se ajusta más a la naturaleza propia de una prima y abre nuevas perspectivas en materia de ahorro.
Es necesario que el Gobierno regule este proceso adecuadamente, fortaleciendo el mercado para generar confianza, ampliando las alternativas disponibles para los trabajadores sin que se restrinjan al mercado bursátil, vigilando que las empresas obren con rectitud, y porque el público en general ignora las dinámicas y lo que es un beneficio para el trabajador podría terminar en manos de intermediarios o de inescrupulosos, o convertirse en un intangible inservible que no represente un valor agregado y que por el contratrio pierda valor.
No es un modelo experimental, históricamente ha sido un modelo funcional en otros países, que fortalece el empoderamiento, incentiva la inversión e incluso genera ingresos adicionales para quienes participan activamente. Sería un punto de inflexión a partir del cual los trabajadores puedan participar verdaderamente de las ganancias que con su trabajo generan.
En el 2019 las acciones de empresas como Avon, Pepsico, McDonald’s, Mastercard, Starbucks, con presencia en Colombia, tuvieron un excelente comportamiento; en el mercado nacional el índice accionario presentó en general una buena valoración durante el 2019 y se espera un mejor comportamiento durante el 2020. El Gobierno debe tomar la iniciativa para promover la implementación de este proceso, y evaluar su efectividad para redistribuir la riqueza, incentivar la productividad y fomentar el ahorro.
No hace falta esperar a que haya manifestaciones desbordadas para que se den cambios significativos en materia de salario mínimo y primas, como sucedió en los años 1948 (establecimiento de la prima de servicios) y 1949 (primer salario mínimo decretado), bajo el gobierno de Ospina Pérez, tras los terribles acontecimientos del “bogotazo”. Como colombianos nos encontramos en un estado de madurez política y social que nos permite visionar y concretar cambios sostenibles, que reduzcan la desigualdad, propicien la distribución equitativa de la riqueza y acaben con los vicios que han corrompido las ramas del poder público.
Chile nos ha dado un claro ejemplo al aprobar por ley la reducción hasta de un 50% en los sueldos de diputados, senadores, ministros, subsecretarios, alcaldes, intendentes y gobernadores; para nuestro caso sólo basta con que el pago de los Congresistas se corresponda con el tiempo que realmente sesionan, como sucede en otras Corporaciones y que se siga el ejemplo de austeridad de otros países como Suecia, donde lejos de una cultura extravagante, de derroche, los Congresistas exhiben una cultura profesional, de ejemplo y servicio.
Urge una reforma pensional que corte de tajo las onerosas e inmerecidas pensiones de excongresistas, exmagistrados y expresidentes, que socavan el sistema y le quitan a los que verdaderamente necesitan y merecen. Pero esto no es un papel que le corresponda solamente al Gobierno, ¿podrá el Congreso legislar con ética y justicia para asegurar estos cambios? Se necesita mucho más que voluntad de diálogo, se necesita verdadera voluntad para actuar, para enfrentar a esa clase política de todos los partidos, viejos y nuevos, que se niega a cambiar por el bien de Colombia.
Huelga afirmar en todo caso que urge también atender y con sentido de realidad, el problema del desempleo (será tema para un próximo artículo) ya que éste inevitablemente alcanzará cifras tope en la década del 2021 al 2030, debido al impacto de las nuevas tecnologías y en especial de la inteligencia artificial, que reemplazarán y automatizarán cargos de todo tipo, en atención al cliente, ventas, diseño, contabilidad, periodismo, transporte, construcción, agricultura, educación, producción industrial, entre muchos otros; una crisis de dimensiones insospechadas se cocina poco a poco, ineludiblemente la oferta laboral año a año será aún menor y la tensión social irá en aumento.
Quienes aseguran que el debate sobre el salario mínimo es irrelevante difícilmente llegarán a tener la razón, pero ciertamente el diálogo nacional no podrá centrarse en cuánto ganarán los asalariados sino en cómo fomentar la creación de empleos sostenibles y bien remunerados. Una pista: no existe registro histórico alguno que demuestre que reducir impuestos genera empleo.
De acuerdo con cifras de la Organización mundial de la Salud -OMS -, casi mil millones de personas, esto es, el 15% de la población mundial, cuenta con algún tipo de discapacidad. A nivel nacional, el último censo realizado por el Dane, revela que el 7.1% de la población colombiana se encuentra en situación de discapacidad.
Más allá de un porcentaje en términos de estadística, todos conocemos alguna persona en dicha situación y sabemos que la gran mayoría necesita de sus amigos y familiares para realizar sus actividades, pues no tienen los mecanismos para hacerlo de manera independiente, por ello, deberíamos brindarle herramientas para la comunicación y la autonomía a través de las tecnologías para la inclusión.
La transformación digital es una necesidad, y las empresas están destinando sus esfuerzos económicos para optimizar recursos y ser más eficientes aprovechando la inteligencia artificial, el big data, machine learning, lo cual es perfectamente válido, sin embargo, ¿estarán aprovechando esta tendencia para que sus servicios sean accesibles también a los consumidores en situación de discapacidad?
Aunque ya existen algunas compañías que están haciendo lo propio implementando herramientas tecnológicas destinadas a que sus servicios y productos sean accesibles, se esperaría que fueran cada vez más las que decidieran hacerlo para mejorar la calidad de vida de estas personas.
Una de ellas es Cabify, la plataforma tecnológica de movilidad creada en 2011, que habilitó en noviembre de 2019, su aplicación para usuarios con discapacidad visual, a través de VoiceOver, -lector de pantalla basado en descripciones habladas-. Esta iniciativa es admirable, sin embargo, pasaron 8 años para que fuera realidad.
Nuestra sociedad requiere de la tecnología y lo lógico sería usarla para generar valor a este grupo que, desafortunadamente no es la prioridad de las compañías. No se trata de destinar recursos en invenciones tecnológicas que van a requerir años de estudio, sino más bien, analizar si las soluciones tecnológicas que ya existen para esta población, pueden ser compatibles con los servicios que prestan las empresas. Por ejemplo, existen unos lentes con inteligencia artificial, que permite a quienes tienen problemas de visión a identificar personas, leer textos, reconocer productos en el supermercado, indicar el color de un objeto e incluso el valor de los billetes, el reto sería que fueran compatibles con las plataformas o aplicaciones para facilitar su interacción con ellas a través de la tecnología inclusiva.
Queremos una sociedad “inteligente”, pero también necesitamos una sociedad “inclusiva” y como la era digital llegó para quedarse, la prioridad de las empresas que buscan la transformación digital, debería encaminarse a beneficiar a todos los grupos de interés y pese a que falta mucho por recorrer, no sabemos si están comprometidas a satisfacer las necesidades de una población en situación de discapacidad que también son sus clientes. Por eso, el llamado es a dignificar este grupo poblacional, romper las barreras y sensibilizarnos para lograr una mejor accesibilidad, solo así, lograríamos hacer cambios positivos en su calidad de vida, ratificando el valor de la sociedad 5.0, donde las transformaciones tecnológicas están al servicio de la humanidad.
¿Estaremos dispuestos a hacerlo?
*Directora de Empresa, Industria y Competitividad de Alcentro.