La discapacidad en Colombia: de donde venimos y para donde vamos

La discapacidad en Colombia: de donde venimos y para donde vamos

Por: José Alejandro Hofmann Delvalle 

La discapacidad es uno de los temas más apasionantes, pero a la vez menos estudiados, por lo cual, bien podría decirse, los conceptos inherentes al mismo todavía se encuentran inacabados. La sociedad, todavía no sabe muy bien cómo responder a aquellos seres humanos que debido a sus características intrínsecas, bien sea de carácter físico, psíquico o sensorial, se salen de los parámetros del individuo estándar sobre los cuales la sociedad diseña sus expectativas, planes, bienes y servicios. Por ésta razón, a lo largo del tiempo, ha desarrollado múltiples corrientes de pensamiento que, como es obvio, han impactado e inclusive coexisten en el contexto colombiano.

 En efecto, desde la Antigüedad pasando por la Edad Media hasta principios del Siglo XX, la personas con discapacidad eran abordadas desde lo que se ha conocido como el modelo de prescindencia, bastante asociado y soportado en modelos religiosos, lo cual se traducía, en la práctica, en que la discapacidad y la propia persona que la reflejaba en su corporalidad, eran sinónimo de un castigo divino, siendo en consecuencia dable su exterminio, persecución, aislamiento y en el mejor de los casos, su atención desde el punto de vista meramente caritativo con miras a la obtención de la Salvación Eterna como recompensa. 

Posteriormente, la discapacidad, es vista como un problema netamente médico. La integración de las personas con discapacidad –a las que se les ve esencialmente como pacientes-, es únicamente posible cuando las mismas por medio de métodos científicos de rehabilitación, se adecuen total o parcialmente a los estándares imperantes en la sociedad. Dicha concepción, se puede entrever incluso en la redacción del artículo 54 de la Constitución Política de Colombia, cuyo tenor literal reza: “El Estado debe propiciar la ubicación laboral de las personas en edad de trabajar y garantizar a los minusválidos el derecho a un trabajo acorde con sus condiciones de salud”. Nótese en la redacción de la precitada disposición constitucional que la misma, subordina la integración de la persona con discapacidad a que sus condiciones de salud así lo permitan. Ni hablar del término minusválido, cuya etimología sugiere claramente un desvalor del ser en virtud de su estado de salud. 

No obstante, pese a sus errores de redacción e incluso que su óptica sobre el tema es anticuada por el tiempo transcurrido, ciertamente la Constitución de 1991 sí planteó un hito tremendamente positivo a favor de las personas con discapacidad, en la medida en que los reconoció como sujetos de especial protección.

Pero es sólo hasta el año 2006, por medio de la “Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad” de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y adoptada por Colombia por medio de la Ley 1346 de 2009, cuando se postula con claridad que las personas con discapacidad no sólo son sujetos de especial protección; son ante todo y esencialmente ciudadanos, es decir, sujetos activos, miembros de una sociedad y titulares en ella tanto de derechos como de obligaciones. No en vano, se ha dicho entorno a este instrumento internacional: 

“(…) La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPCD) es quizás el último gran instrumento internacional que consagra Derechos Humanos (…), es el logro jurídico y político internacional más importante de la comunidad de personas con discapacidad, principalmente porque su texto recoge quizás el cambio paradigmático más importante: supera el enfoque de salud para abordar el tratamiento de la discapacidad desde el enfoque de derechos donde se integra la salud, sí, pero se concibe a la persona con discapacidad como un sujeto multidimensional al cual deben garantizársele sus derechos humanos y el acceso a los servicios públicos en igualdad (…)”. (Correa, 2009. Pág. 117). 

Dicho cambio de paradigma, plasmado en un instrumento internacional de carácter vinculante, como lo es la “Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad” de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), acarrea consigo en la práctica retos enormes para los Estados, tanto en sus políticas públicas como en sus legislaciones internas, pues implica que la población con discapacidad debe dejar de ser marginal y tratada casi como un asunto casi de caridad, para convertirse en un tema central dentro de la temática de los Derechos Humanos.

Así, en aras de implementar la mencionada convención, desde la Ley Estatutaria 1618 de 2013, el Estado colombiano ha expedido una normatividad variada y dispersa entorno a las personas con discapacidad, pero la misma ha mostrado baja implementación, apropiación por parte de los entes territoriales y por ende resultados concretos derivados de las mismas, tal como evidencia uno de los doctrinantes más connotados en la materia:

 “(…) En Colombia se ha legislado, por un lado, para atender necesidades de   diferentes tipos de discapacidad (…) y por otro, para contextualizar, orientar y definir los grandes retos del país para la garantía integral de los derechos de la población con discapacidad (…) Esta riqueza jurídica ha sido desaprovechada por las instituciones del gobierno por falta de reglamentación respectiva (…) dificultando su interpretación en los diferentes niveles territoriales, al carecer de una reglamentación que ordene y oriente su implementación (…) De esta manera, los esfuerzos ministeriales por definir los lineamientos de política y su apropiación por parte de los entes territoriales ha sido insuficiente (…)”. (Parra, 2013. Pág. 74). (El subrayado es nuestro). 

Por este motivo y en concordancia con lo anterior, no en vano el informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre personas con discapacidad, “(…) recomienda al Estado parte que adopte un plan integral para la revisión y modificación de toda la legislación existente (…)”. (ONU, 2016. Pág. 02).

Tales incoherencias que entraña la legislación colombiana entorno a las personas con discapacidad, se traduce directamente en las condiciones precarias en las que se encuentra esta población. No en vano, un reciente informe de la Fundación Saldarriaga Concha, indica: 

“(…) La realidad colombiana ha mostrado que la existencia de leyes que fijen plazos para hacer espacios, construcciones y servicios accesibles no han producido los efectos esperados (…) (Saldarriaga Concha, 2016. Pág. 21).  

En efecto, según la Ley Estatutaria 1618 de 2013, a partir de su promulgación, todos los sistemas, medios y modos de transporte (…) en un término de máximo 10 años deben lograr niveles de accesibilidad universal que superen el 80% (…)”, para lo cual las distintas instancias territoriales debían diseñar un plan en un término no superior a (1) año desde su entrada en vigor -ver artículo 14, Num. 1º y 2º-. Igualmente, la precitada disposición, establecía que “las autoridades deberán adecuar las vías, aeropuertos y terminales, para garantizar el ejercicio efectivo del derecho a la accesibilidad de las personas con discapacidad, en un término no mayor a ocho (8) años”. -Art. 15, Num. 3-.  Sobra decir que, a simple vista, todos estos mandatos y plazos, no han pasado de pasado de ser buenas intenciones, por lo cual deben ser objeto de veeduría ciudadana y eventual control político. 

Así, pues, teniendo en cuenta todo lo anterior, nace la Dirección de Inclusión y Discapacidad adscrita al Tanque Alcentro, a fin de que basados en la evidencia, se logren los siguientes objetivos fundamentales: 

1) Visibilizar las problemáticas de las personas con discapacidad; 

2) Hacer seguimiento a las iniciativas de orden parlamentario tendientes a mejorar su calidad de vida, en aras de que las mismas sean coherentes entre sí y se ajusten a los estándares internacionales y, 

 3) ayudar, mediante insumos técnicos, a la veeduría ciudadana sobre el desarrollo de la política pública con discapacidad. 

En el cumplimiento de éste objetivo, contaremos con profesionales de primera línea tales como técnicos en política pública, ex magistrados, empresarios, docentes, etcétera que desde sus distintos ámbitos de acción, ayudarán a poner la #Lainclusiónalcentro. 

BIBLIOGRAFIA 

ARIAS CAMPOS, Rosa y otros. La acción Social en los Derechos Humanos. Editorial Antropos (2013). Bogotá, Colombia.    

Convención sobre los derechos de las Personas con Discapacidad. (New York, 2007). 

CORREA MONTOYA, Lucas. Artículo. Panorama de la protección jurisprudencial a los derechos humanos de las personas con discapacidad. Revista Universitas No.118. Bogotá (Colombia). Págs. 115 – 139. 

HERNANDEZ R. Antropología de la discapacidad y la dependencia.  Un enfoque humanístico de la discapacidad. Madrid.

FUNDACION SALDARRIAGA CONCHA. Informe sobre políticas inclusivas de la discapacidad (Colombia). 

ORGANIZACIÓN DE NACIONES UNIDAS. Comité Sobre los derechos de las personas con discapacidad. Observaciones finales sobre el informe inicial de Colombia. Distrito General. 31 de agosto de 2016. 

PARRA DUSSAN, Carlos. Desarrollo normativo de la convención sobre derechos de las personas con discapacidad. Editorial Sergio Arboleda. Bogotá, Colombia. (2013). 

 *Director de Discapacidad Funcional e Inclusión

 

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El centro: el valor de las ideas

Por: Daniel Quiroga, María Paz Martínez y Valeria Donado

Nos juntamos 3 politólogos de diferentes edades, especialidades y orígenes. Una barranquillera, una caleña y un bogotano a hacernos una pregunta que varios afirman últimamente, ¿El centro existe?  

Ante esta inquietud decidimos escribir este texto para explicarle a nuestros lectores porque el Centro existe. Debemos empezar afirmando, que es triste oír a colegas discutiendo si hay o no espacio para el centro dentro de la teoría política. Se lo espera de políticos que buscan deslegitimar candidatos que no se radicalizan como parte de una estrategia electoral, pero no a quienes estudian la teoría política. Aquellos que sólo ven izquierda y derecha sufren de algo que se podría denominar “ceguera dogmática”. Esta impide ver los matices ideológicos existentes. 

Cuando nos remitimos a la ideología política, debemos hacer referencia al lugar donde se sentaban las distintas facciones durante la Asamblea Nacional Constituyente en la Revolución Francesa. Desde ahí el mundo ha evolucionado. Hoy las causas y los derechos son otros y sin duda, los problemas nacionales e individuales también lo son. Ante estos nuevos retos, ¿insistimos en decir que todo debe ser blanco y negro? NO, el mundo está lleno de matices. 

El espectro político no es más que una forma de ordenar gráficamente a los grupos y facciones con respecto a ejes conceptuales. Desde hace muchos años se ha venido replanteando la idea de un espectro político unidimensional (derecha-izquierda) y se han adoptado formas que muestren mejor la complejidad de la realidad. Por eso, hoy vemos espectros que tienen distintos ejes y dimensiones en los que los conceptos de los ejes son el grado de libertad positiva/libertad negativa, el grado de urbanidad/ruralidad o el grado de multiculturalismo/nacionalismo. 

No existe un solo espectro político y estos se transformarán de acuerdo con los debates que se den en las sociedades y los clivajes que surjan. Existe gran diversidad de ideas, por lo que parece ingenuo intentar catalogarlo todo en los conceptos de derecha o izquierda. Al final más allá de los conceptos teóricos lo importante son las personas, sus ideas y sus valores.

La incapacidad de los conceptos como “izquierda” o “derecha” para explicar y solucionar problemas cotidianos hace que personas alrededor del mundo busquen más que una ideología para sentirse representados. En Colombia un gran número de personas han venido consolidando el centro. Este centro tendrá tendencias de derecha o de izquierda y sin duda puede también tener diferentes preferencias.

Actualmente, los sectores que se autodenominan de derecha y de izquierda atacan al centro diciendo que no existe, pero en época electoral son los votantes de centro, a los que intentan conquistar para ganar el poder. El centro no existe para los ciegos dogmáticos. Hasta que les es útil. 

Ningún candidato podrá ganar la presidencia en Colombia sin el centro. Se vio claro en las elecciones pasadas que por miedo a la derecha hubo votantes de centro que migraron a la izquierda. Lo mismo pasó a la inversa y el miedo a la izquierda hizo a muchos votar por el candidato de derecha. Esta polarización trae réditos políticos para los extremos quienes buscan generar nuevamente este fenómeno. Sin embargo, es cada vez más claro que los colombianos pertenecen al centro como lo indica la última encuesta de Cifras y Conceptos que afirma que el 53% de los colombianos se consideran de centro, el 23% de izquierda y el 24% de derecha.  

Colombia no es el único que pasa por este debate. La política del señalamiento y no de las propuestas es un virus incluso peor que la pandemia que hemos vivido este año. A medida que pasan los años, olvidamos como durante el siglo XX las ideologías radicales llevaron al mundo a un peligroso punto de difícil retorno. 

Hoy vemos como esas ideologías renacen en Europa y Estados Unidos e impulsan un discurso basado en los estigmas y no en las ideas. Quienes tanto critican al centro es porque basan su política en el señalamiento del otro y terminan por deteriorar el tejido social de sus países, yendo en contra del pluralismo, la diversidad y la inclusión. 

Hay un gran problema con las personas que llegan al poder con estas tendencias tan marcadas: cuando gobiernan están más preocupados por mantener felices a su base y no “traicionarlos”, en vez de gobernar para todo un país. Es difícil ver en Colombia a alguien que gane la presidencia en una primera vuelta, lo que implica que no tendrá un amplio mandato y que quienes lo eligieron en una segunda vuelta lo hacen por consensos. Es ahí el primer error de los políticos, algo que ha sufrido el actual presidente Duque. Creyó que los 10 millones de votos eran de él y ha gobernado para una facción del país, no para la nación. Los problemas del país no son de derecha o izquierda y muchos no nos sentimos representados en los extremos, sus visiones y formas de ver el mundo.

Como sociedad debemos darnos la oportunidad que el centro exista y que sea una alternativa para terminar con la polarización en Colombia. Debemos cuidar que esta oportunidad pueda existir en un país en donde las ideas de centro todavía están en construcción, pero que aporta a la cultura política e incentiva los debates que nuestro país debe dar bajo la premisa de los argumentos y el respeto. 

No podemos permitir que los grupos radicalizados que han vivido de la polarización nos priven de la oportunidad de darle un giro político a nuestro país. Ellos tienen razones para querer evitar la consolidación del centro. En la reciente encuesta de Invamer, los candidatos de centro representan el 43% de la intención de voto en el país para el 2022 y cuando las encuestas únicamente proponen tres candidatos, el centro logra entre el 36% y el 45% de la intención de voto. El centro existe, y puede llevarse las próximas elecciones presidenciales. 

Más que comenzar la campaña de 2022, debemos saber leer al electorado colombiano. Es la tarea de todos quienes participamos en el ejercicio democrático continuar trabajando por una ciudadanía informada y consciente y entender que, entre menos creamos en el centro, más espacio tiene la polarización. 

Quisiéramos terminar esta columna con la reflexión del debate que Colombia merece: un debate que no se base en el discurso del odio, sino en la construcción de las ideas. Un debate que no excluya, sino que invite a la ciudadanía a involucrarse y participar. Un debate donde los políticos no saquen provecho de la demagogia y no desconozcan otras fuerzas. Un debate donde se impongan los argumentos. El deber de construir el centro es nuestro, no dejemos que lo destruyan.

*Daniel Quiroga-Director de Asuntos Públicos y Buen Gobierno

*María Paz Martínez-Subdirectora de Comunicación Política

*Valeria Donado-Columnista Invitada

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¿Por qué es necesario flexibilizar las normas laborales para la reactivación económica del país?

David Rojas, miembro de la dirección de Asuntos Públicos, analiza ¿Por qué es necesario flexibilizar las normas laborales para la reactivación económica del país?

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¿La mata que mata? La marihuana de cara a la reactivación económica.

Por: Juan Baena

El sector del cannabis medicinal y cosméticos se está convirtiendo en una de las alternativas más viables para la reactivación económica en el país debido a la expansión del mercado y la tendencia mundial de crecimiento que se traduce en inversión y generación de empleo.


Fuente:
https://www.dinero.com/edicion-impresa/caratula/articulo/asi-crece-el-prospero-negocio-del-c
annabis-en-colombia/266780

Nadie, ni la pasada Ley de Financiamiento, ni la Reforma Tributaria (Ley de Crecimiento Económico) contemplaron que el país viviría una de las épocas más difíciles en términos económicos durante el 2020 debido a la pandemia. No solo los grandes inversionistas se vieron afectados, también las pequeñas y medianas empresas que no lograron superar la crisis.

Últimamente he venido hablando en mis redes sociales sobre el cannabis medicinal y cosmético, conociendo diferentes puntos de vista por medio de encuestas y publicaciones. Esto con el fin de generar una conversación abierta con la ciudadanía y buscar la mejor solución ante uno de los mercados de mayor proyección para los próximos años.

Mientras en Estados Unidos son ya varios los estados que aprueban el uso medicinal y de consumo adulto del cannabis, aquí nuestros congresistas, en su mayoría, se rehúsan a dar el debate como sucedió el mes pasado y continúan cerrados al prohibicionismo, pero el mundo cambia de perspectiva.

Según Fedesarrollo en el año 2019, el sector productivo del cannabis medicinal y cosmético pasó de alrededor de 100 toneladas de cultivos en el 2015 a un poco más de 400 toneladas en el 2017 a nivel mundial. En Colombia, este panorama no cambia, lo que podría traducirse en generación de
empleo, expansión del mercado e inversión a gran escala, que podríamos estar desaprovechando, de continuar con un terco prohibicionismo sin fundamento científico o mal ponderado.

En el concejo de Bogotá, como abanderado de la innovación y el emprendimiento, estoy trabajando para que la Administración Distrital implemente acciones que contribuyan a no dejar pasar esta oportunidad, con estrategias que busquen la bancarización, el acceso a crédito para pymes y mipymes del sector, implementar campañas de sensibilización tanto a la ciudadanía como a la fuerza pública, debido a la estigmatización del sector que termina perjudicando a los productores, fortalecer las capacidades productivas y desarrollar investigación en innovación dentro del sector de cannabis medicinal y cosmético.

Es evidente que este es un sector con mucho potencial para disminuir la brecha de desempleo en colombia, pues según Fedesarrollo en el 2019 se generaron alrededor de 1500 empleos, se espera que para el año 2025 haya 12.031 y para el 2030 haya 41.748 puestos de trabajo.

Tratar una variedad de problemas médicos se ha convertido en un logro para la sociedad científica, pues luego de varios estudios e investigaciones, se determinó que el cannabis puede tratar algunas enfermedades tales como esclerosis múltiple, artritis, epilepsia, glaucoma, VIH, dolor crónico, la enfermedad de Alzheimer, algunos tipos de cáncer, entre otros.

Esta es una muestra clara de que la marihuana no es la mata que mata, que nos hemos enfocado a regular la marihuana como droga y no como medicina, pues los mayores esfuerzos de la sociedad colombiana ha centrado su interés en el control del abuso como sustancia psicoactiva y poco esfuerzo hemos hecho como sociedad para investigar sus atributos que benefician la salud de las personas.

Por esta y muchas razones, es importante que en Bogotá junto con el departamento de Cundinamarca, trabajen de cara a uno de los sectores de mayor proyección económica del país. Cundinamarca como uno de los mayores cultivadores de cannabis y Bogotá con una gran infraestructura en laboratorios para su procesamiento.

*Columnista Invitado

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Millennials Engagement y lo FIGITAL

Por: Fabián Sampayo

Baby boomer, generación X, Millennials, Centennials, todas son etiquetas que podrían decirnos si una persona es más acorde o no a ciertas tecnologías, sin embargo, la mirada que tiene Ana Sarmiento sobre esto es totalmente disruptiva. Si bien las generaciones nos permiten hacer una “clasificación” por edad no necesariamente debemos asociarlas a una “deficiencia” o “suficiencia” de una persona. El 2020 ha sido un año de cambios radicales y uno de ellos es que trajo lo que el filósofo Zygmunt Bauman denomina la modernidad líquida: una realidad donde el cambio es constante provocando que la identidad individual y social se flexibilicen durante todo el tiempo de vida que tenemos. Bauman menciona que la búsqueda de la identidad es una tarea vital de cualquier individuo y en sus artículos expone una metáfora sobre asociarlas a una costra volcánica, donde pueden tomar muchas formas si se aplica la temperatura correcta. Esta modernidad líquida se vive en un mundo que denomino FIGITAL: lo físico y lo digital juntos, lo presencial y lo remoto definiendo una nueva manera de interactuar.

Ana Sarmiento también nos expone en su manifiesto 7 elementos para vivir esta modernidad líquida. Exploremos cada uno y la interpretación que nos permitió obtener al escucharla:

  1. El trabajo no debe convertirte en algo que no eres, sino en un canal para aportar lo mejor de ti. Aquí la generación Millennial ha hecho un gran proceso al reestablecer esta nueva concepción, ahora ya no será el objetivo de unos jóvenes entre 25 y 40 años. Esta será la nueva definición de “TRABAJO”.
  2. Creo que la diversidad es la mejor forma de enriquecer la vida y el trabajo. El ser consciente que vivimos en mundos interpretativos nos permite obtener puntos de vista diferentes sobre un proyecto o actividad a desarrollar de tal manera que iteremos y mejoremos siempre nuestro producto o servicio.
  3. Debemos aprender a valorar lo que nos hace diferentes y potenciar nuestros talentos. En la diferencia radica la verdadera riqueza, tener en un espacio diferentes generaciones implica tener diferentes pensamientos, lo cual conlleva a diferentes acciones y a generar un ecosistema fructífero para innovar.
  4. Las empresas del futuro son un espacio para realizarnos como personas. Cada vez la palabra propósito de vida hace parte del lenguaje de las personas y de las organizaciones, aquella empresa que comprenda esto y realice esfuerzos enfocados a detonar el potencial de sus colaboradores generará una disrupción de talentos. Un ejemplo en el continente asiático es el trabajo que viene realizando Haier Group, donde se declaran ser un ecosistema de emprendedores, parte de su misión es conectar a los colaboradores con un cliente. En otras palabras, conectar un talento con una necesidad.
  5. La experiencia del trabajador se construye todos los días y en todos los rincones de la empresa. La verdadera cultura se ve en la cafetería, en los baños, en los pasillos, en las conversaciones naturales que surgen en el día a día de un colaborador. Si quieres entender tu organización pasa tiempo en el GEMBA, el lugar donde pasan las cosas.
  6. Prometer una experiencia y no cumplirla trae mal karma. Hoy el poder de las redes sociales hace que cualquier organización que incumpla una promesa a su cliente o a su empleado interno se haga visible en cuestión de minutos en el ecosistema local y en solo horas será visible en el ecosistema global. Vivimos con un consumidor llamado PROSUMIDOR que produce y genera contenido a la medida que recibe feedback del propio sistema, por lo que es mejor cumplir lo que prometes.
  7. Debemos construir el futuro respetando el trabajo de las personas que llegaron antes que nosotros. La experiencia tiene un valor y el millennial o cualquier generación venidera debe comprenderla para no repetir los mismos errores. Un gran amigo mío Diego Tovar menciona un concepto sobre CANAS con G, y es la experiencia de los que llegaron antes con la energía de los que están llegando, en sus palabras Diego dice “Canas de experiencia con ganas de juventud”.

Seguiremos hablando de millennials, centennials, baby boomers, generación X y así sucesivamente, pero siempre debemos recordar que estas etiquetas no deben servir para hacer un juicio sobre las competencias que una persona pueda tener. La modernidad líquida ha hecho visible que la tecnología es fundamental para seguir en nuestra evolución como humanos, sin embargo, el COVID 19 nos ha hecho visible que somos humanos y que siempre tendremos una historia que contar desde la resiliencia.

*Miembro Dirección de Emprendimiento

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Las startups en la contratación pública

Por: Gustavo Hernández

Mediante la innovación y la creatividad las startups han buscado, a partir de una plataforma tecnológica, solucionar problemáticas comunes. Son emprendimientos con potencial de crecimiento exponencial, que por lo general buscan su retribución por medio de la masificación de sus servicios. Por los beneficios que estos suponen, sería útil contar con un ambiente propicio para que participen en la solución de problemáticas relacionadas con el servicio público.

En Colombia hay ejemplos de cómo algunas startups han logrado, en coordinación con la administración pública, contribuir en la prestación del servicio público. Uno de estos es Moovit: una startup que, por medio de una aplicación, le apostó a mejorar el transporte público en Bogotá al otorgar información y planeación de las rutas. El éxito de Moovit se dio por la complejidad del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), que pudo apoyarse en la aplicación para ofrecer un servicio más amigable al usuario. Actualmente, Bogotá y Barranquilla – ciudades en que se encuentra presente Moovit en Colombia – representan el 8.7% de los usuarios que semanalmente utilizan la aplicación, que ya cuenta con más de 800 millones a nivel global. Para un sistema de transporte como el de Bogotá, que movilizó antes de la pandemia 2.5 millones de personas diariamente, podría considerarse que una gran mayoría de los usarios del sistema acuden a la aplicación para planear sus rutas. A Moovit se le atribuye que mejoró la satisfacción de los usuarios en un 70% y redujo la percepción de complejidad del sistema en un 50%, según YanHaas. No obstante lo anterior, la alianza entre la aplicación y el Distrito no tuvo costos, ni se contempló en la estructuración del SITP.

Otro caso que vale la pena mencionar es el acuerdo entre la startup Truora con el Gobierno Nacional y con la administración de Barranquilla para el registro de las personas que se encuentran dentro de las excepciones contempladas en las normas sobre aislamiento preventivo. La plataforma permitió que los particulares que deban ejecutar actividades exceptuadas se inscriban, de tal forma que las autoridades puedan verificar la información. 

Aun cuando se han presentado acuerdos como los anteriores entre startups y la administración, existen otras formas en que estos emprendimientos podrían contribuir a solucionar problemáticas del servicio público. Por ejemplo, estos podrían participar en procesos de selección públicos, tener un rol más activo en la estructuración de proyectos de infraestructura e, incluso, ser originadores de APPs de iniciativa privada. En todo caso, para que eso ocurra será necesario implementar medidas que mitiguen las barreras que actualmente dificultan la vinculación de las startups en estos mecanismos de contratación. 

En el caso de procesos de selección públicos existen una serie de requisitos habilitantes, que pueden convertirse en barreras para que las startups participen. Así, es posible que su bajo índice de formalidad sea un obstáculo para acreditar el requisito de la capacidad jurídica. Igualmente, debido a su estructura de ingresos y costos, la forma en que se conciben estos negocios podría no estar acorde con los índices de capacidad financiera y organizacional que suelen solicitarse en los procesos de selección. Además, dichos emprendimientos podrían presentar dificultades al momento de solicitar apalancamiento financiero y pólizas de seguros.

Por otro lado, sería importante promover la participación de startups en la estructuración de proyectos de infraestructura. Ello permitiría que desde la concepción del proyecto se prevea el aporte que pueden suponer estos emprendimientos, al generar una mayor eficiencia entre los esfuerzos del sector público y privado. El caso de Moovit representa una lección para el futuro, en la medida en que la contribución de esta aplicación no se tuvo en cuenta al estructurar el proyecto y, durante la implementación del SITP, supuso un beneficio importante para este.

Finalmente, sería deseable que las startups pudiesen fungir como originadores de APPs de iniciativa privada. En este esquema el particular (originador) estructura y propone un proyecto que el ente público evalúa en dos etapas (prefacibilidad y factibilidad) y, de ser aprobado, este sería ejecutado. Es un mecanismo que, además de contar con las barreras enunciadas para la contratación de startups vía procesos de selección públicos, supone el reto adicional de ser un procedimiento costoso y demorado. De superarse estos obstáculos, las APPs de iniciativa privada podrían ser utilizadas para desarrollar proyectos del sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones, para lo cual hubo un avance normativo mediante el Decreto 1974 de 2019. 

Si bien algunas de las barreras a las que se enfrentan las startups tienen un origen normativo, ello no es un impedimento para que las entidades públicas las tengan en cuenta en sus procesos de contratación. El conocimiento de las características de las startups mediante estudios del sector permitiría la planeación de procesos de selección que propicien la participación de estos emprendimientos como contratistas o como colaboradores mediante convenios y acuerdos marco. Con el incentivo correcto las startups podrían involucrarse en la prestación de servicios públicos mediante los mecanismos anunciados, sobre todo si se tiene en cuenta que en muchas ocasiones no persiguen una contraprestación directa de la administración pública. En su lugar, buscan una plataforma que pueda llegar a un gran número de personas, generar recursos vía publicidad o tener exclusividad en relación con el servicio que prestan. 

Aun cuando en el país hay antecedentes en los que startups se han involucrado en la prestación del servicio público, como los mencionados anteriormente, existen varias actividades en las que una mayor participación de las startups generaría beneficios para los ciudadanos. Puede pensarse, por ejemplo, en la seguridad vial, la conectividad, el saneamiento básico, los modos alternativos de transporte público (como patinetas y bicicletas), la salud, la educación, las energías renovables, el parqueo en vía y los sistemas portuarios. En este último caso existe un antecedente internacional importante que vale la pena resaltar: en el puerto de Brisbane (Australia), en conjunto con DHI y Force Technology, se ha implementado un software que pronostica las condiciones ambientales, lo que ha generado mayor capacidad del puerto, así como eficiencias en el dragado. 

De la misma manera en que plataformas como Rappi, Uber, Spotify o Airbnb generaron soluciones a problemáticas del común, se debe propiciar que startups similares puedan hacerlo con aquellas inherentes al servicio público. Indudablemente la prestación de dichos servicios por emprendimientos tecnológicos y, en general, el relacionamiento de entidades públicas con particulares presenta retos que conviene revisar para que se generen ambientes propicios de inversión en startups. 

 

*Columnista Invitado

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