Por: David Luna
En Colombia se desperdician 9,7 millones de toneladas de comida al año, mientras 54% de la población vive en situación de inseguridad alimentaria, como prueba, la situación crónica que vemos a diario en La Guajira, la misma que por ningún motivo se nos puede volver paisaje: con la comida que se desperdicia anualmente se puede alimentar a toda Bogotá u ocho veces a La Guajira en un mismo año.
¿Desperdiciamos más alimentos cuando hacemos mensualmente compras grandes? ¿Cuántas veces compramos alimentos que dejamos dañar dentro o fuera de la nevera? En los restaurantes, ¿cuántas veces hemos dejado casi la mitad del plato intacto? ¿Cuántos lugares ofrecen porciones demasiado grandes? En nuestros hogares, ¿utilizamos los alimentos que quedan del día anterior en otras recetas?
Mientras muchos se acuestan sin poder cubrir su ración de comida diaria, otros desperdician toneladas de alimentos. De acuerdo al último documento publicado por el DNP, el 64% de pérdidas de alimentos son ocasionadas entre la producción agrícola y el procesamiento industrial, las cuales termina encareciendo los alimentos. El 36% restante son desperdicios urbanos que se dan entre la distribución, el retail y los hogares. El sector que mayores pérdidas y desperdicios presenta es el de las frutas y vegetales, que son productos esenciales.
En este tema estamos en mora aguardando que desde la administración se planteen políticas y estrategias eficaces para mitigar la perdida y desperdicio de alimentos, ser más sostenibles, y lo más importante, acabar con el hambre. Este es un tema que abre mucho más la brecha de la desigualdad. Los niños que no tienen los nutrientes necesarios en su crecimiento no podrán desarrollarse de manera correcta y aprovechar su potencial, por ejemplo, padecen de déficit de atención, problemas de aprendizaje o enfermedades crónicas no transmisibles. En la adolescencia, una malnutrición puede generar anemia especialmente en la etapa desarrollo de las mujeres. En la adultez, las repercusiones en el estado de salud son múltiples que derivan en distintas enfermedades hasta la mortalidad materna. Todo esto impacta también el sistema económico pues son personas en condiciones desiguales de productividad.
Bogotá tiene que tomar la bandera en el cambio de cultura y en la implementación de estrategias innovadoras y de gobernanza en los sistemas de abastecimientos de alimentos. Promoviendo el desarrollo de mercados barriales, ferias itinerantes de productores o de agricultura urbana, e incluyendo al sector privado para comprometerlos y garantizar la accesibilidad a alimentos saludables y a precios posibles. Hay que fortalecer la alianza con los bancos de alimentos, que son actores centrales en la intermediación entre las pérdidas o desperdicios rescatables y la población de más bajos ingresos.
Otra idea muy sencilla son las neveras comunitarias. Estas estarían instaladas en las tiendas de barrios y los vecinos podrían poner en ellas los alimentos que creen que no van a consumir y que están en buenas condiciones para que quienes necesiten y quieran tomarlos. En Argentina ya funcionan con resultados positivos.
Debemos asegurar la disponibilidad, el acceso y la utilización, estable en el tiempo, de los alimentos. Nadie en Colombia debería pasar hambre. Empecemos por generar una gran campaña: Barriga llena, Bogotá Contenta.
Columna publicada originalmente en La República el 15/06/2019
*Director de AlCentro