Por: Iván D. Abaunza *

“Detuvieron los corceles, bajaron de los carros y dejando las armaduras en el fértil suelo, se pusieron muy cerca los unos de los otros.”
Illiada, Canto III

Hace algunos años, le preguntaron al editor de un medio digital extranjero el por qué había decidido abrir un capítulo de dicho medio digital en Colombia. De forma casi inmediata respondió: Porque “…aquí en Colombia la política se vive de forma muy activa… es lo que el fútbol para los argentinos: ¡La viven con una gran pasión!” Aún recuerdo con nitidez aquella respuesta lisonjera que lejos de enorgullecerme como colombiano, me espantó. Y me horrorizó no sólo porque era cierto, sino que además retrataba, tal vez sin saberlo, un mal endémico que ha hecho que los colombianos nos hayamos agredido (de todas las formas imaginables) durante años por el sólo hecho de pertenecer o no a cierta ideología política. Y que esconda la razón tal vez por la cual seamos incapaces de sentarnos los unos junto a los otros para encontrar puntos comunes que permitan avanzar a un país en el que al final del día habitamos todos.

En estos días cercanos a las elecciones el mal parece agudizarse. Desde Santander, el Valle del Cauca, Meta, Vichada, por solo nombrar algunos, se oyen casos donde marchas de grupos de simpatizantes de diferentes candidatos se enfrentan a golpes, donde predomina no el debate de ideas o propuestas entre candidatos sino ataques y descalificaciones de tipo personal. Los discursos nuevamente se radicalizan y tienden a agruparse en torno a figuras como Uribe o Petro a nivel nacional, para luego posicionarse en los extremos de siempre; la izquierda o la derecha. En estos tiempos de post-conflicto, en vez de tener objetivos comunes claros parece que hubiéramos vuelto a los turbulentos mediados del s. XX, tiempos donde los colores de los trapos azules y rojos valían más que las ideas, que el debate o que el respeto por el otro. Hemos vuelto a enfrentarnos como perros rabiosos por el sólo hecho de pensar distinto o llevar una camiseta de diferente color, como si fuéramos barras bravas furibundos que nos hemos olvidado del futbol para dedicarnos al culto de nosotros mismos y del odio por el rival.

Desde ambos extremos del cuadrilátero se lanzan todo tipo de improperios y descalificaciones, y se arenga a los espectadores a escoger un bando con urgencia, en una especie de “estas con nosotros o en nuestra contra”. En ese intercambio golpes (bajos) queda poco espacio para explorar con sensatez las necesidades de los ciudadanos, del municipio, de la región. Para discutir propuestas desde un punto de vista técnico e ideológico donde se deje de lado los intereses de los caciques electorales de siempre o de sus partidos, para hacer una ruta programática realista que esté lejos de las promesas populistas o de la abierta corrupción y compra de votos que desangra al país. En ese escenario las personas de centro son acusadas de aguas tibias, de medias tintas, incluso de pusilánimes y cobardes. Como si posicionarse en el centro no fuera ya una posición política válida y respetable en sí misma, como si no se necesitara valor para intentar parar los discursos incendiarios que incitan al enfrentamiento entre conciudadanos, como si no requiriera honestidad el reconocer la utilidad de una idea o proyecto propuesta por un partido político diferente.

Afortunadamente no todo está perdido, y un amplio sector del electorado ha demostrado que está cansado de la forma de hacer política a través del ataque al contrario, castigando en las encuestas de intención de voto a candidatos que optan por este tipo de estrategias.

El centro se ofrece como una alternativa a la polarización al ser por naturaleza el punto de encuentro entre los extremos. Y es que para algunos es difícil tragarse esas falsas dicotomías que nos han vendido durante años que obligan a escoger entre el progreso de los derechos sociales y garantizar la seguridad y el orden público, entre una mejor educación para todos y la lucha contra la ilegalidad y el narcotráfico, entre luchar por la disminución en las brechas de distribución de la riqueza y la búsqueda de un entorno favorable para la generación de la misma. Desde el centro se defiende el derecho a cuestionar, a no tragar entero, a escudriñar bajo la lógica y la evidencia técnica las propuestas políticas, sin importar la bandera política bajo la cual se arropen. Así mismo, se defiende la oportunidad de reconocer las fortalezas de los otros al derecho de apoyar una medida que sea beneficiosa para todos aún cuando haya sido propuesta por un opositor político.

No podemos caer presa de discursos que solo buscan alimentar las profundas divisiones entre colombianos. Estas sólo benefician aún más a políticos tradicionalmente ubicados en los extremos y aquellos que desde la ilegalidad se ven beneficiados de la confusión y falta de unión política necesaria para hacerles frente.

Hemos caminado por largos años ese camino del odio maniqueo que hace medio siglo dio origen a la violencia que a día de hoy sigue azotando al país. Tal vez sea momento de quitarnos las camisetas rojas, amarillas, verdes o azules y de una vez por todas sentarnos muy cerca de los otros para adelantar los proyectos que se requieren para mejorar la calidad de vida y las oportunidades de todos y cada uno de los colombianos.

  • Columnista invitado del Tanque de Pensamiento Al Centro.

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