Por: Julián Gutiérrez*
@jackmulligan
Como psicólogo, siempre me causa escozor usar categorías diagnósticas en la conversación cotidiana. Siento que reducen la discusión del tema a un absolutismo innecesario al mismo tiempo que resulta irrespetuoso con quienes padecen el trastorno citado. En este caso me voy a permitir una excepción porque, francamente, no se me ocurre otra manera para describir la relación entre la sociedad y la docencia (tanto la profesión como quienes la ejercen) distinta a decir que es una relación esquizofrénica.
Por un lado, siempre que se habla de las profesiones mas importantes en una sociedad, la docencia encabeza la lista y siempre suelen citarse las mismas razones que son alguna variación de una frase como ‘El docente tiene en sus manos el futuro de la sociedad y su recurso mas importante’. Al mismo tiempo, abundan los memes sobre la importancia de la profesión, como el que circula de cuando en vez sobre como en Japón, los docentes son los únicos que no se inclinan ante el emperador (Aunque nunca he encontrado evidencia al respecto), al tiempo que los columnistas y líderes de opinión gastan ríos de tinta (o pixeles si es en línea) sobre lo importantes que son los maestros y el menosprecio histórico a la profesión. De hecho, hemos investido a la docencia de tantas virtudes que durante las pasadas elecciones presidenciales en Colombia, uno de los candidatos usaba como gancho de campaña su pasado como educador y hasta cierto punto, le sirvió.
Bajo estos imaginarios, la docencia, es decir, la profesión en si misma, es vista como una labor virtuosa que debe recibir todo nuestro respeto y admiración. Sin embargo, al darle una mirada a los imaginarios alrededor de quienes ejercen la profesión, la situación toma un giro de 180 grados y resultamos en un extraño contraste en el que la profesión es vista con alta estima, pero quienes la ejercen no son vistos como profesionales de alta calidad. Este fenómeno no es exclusivo de Colombia, cabe anotar, como lo demuestra esta investigación del BID que identifica varias causas sobre el declive en el prestigio de ser maestro y la incidencia que esto tiene sobre los aspirantes. El informe cita tres causas principales con respecto a dicho declive:
- La incapacidad de la profesión docente de atraer candidatos idóneos
- El efecto de la expansión en cobertura escolar
- Los cambios en el mercado laboral para las mujeres
En lo que tiene que ver con la primera causa, las diferencias salariales a favor de otras profesiones y las condiciones laborales (Ubicación de los colegios, modalidad de contratación, número de estudiantes) han hecho que los bachilleres de mejores desempeños opten por otras profesiones a la hora de elegir carrera, dejando a los programas de licenciatura con un pool de aspirantes el cual no es el mas idóneo. Este declive en las condiciones laborales se ha unido al imaginario tradicional que ve al oficio del docente como ser simplemente un cuidador de estudiantes dentro del salón sin que esto requiera (de acuerdo con el imaginario), un esfuerzo muy grande y como consecuencia, termina alejando a los aspirantes antes mencionados que se encuentran en búsqueda de una recompensa profesional significativa.
Además, en la medida que la cobertura educativa aumenta a partir del número de colegios que se construyen, el sistema educativo en Colombia (y en otras partes de Sur América de hecho) se ha visto en la necesidad de incorporar mas y mas docentes. Esta incorporación, sin embargo, se ha hecho a un ritmo acelerado que ha traído como consecuencia la llegada de profesionales que no necesariamente cumplen con los estándares de calidad requeridos reforzando el falso dilema de la relación excluyente entre calidad y cobertura. Finalmente, en la medida que se han abierto mas y mas opciones laborales para las mujeres, las bachilleres con otros intereses mas allá de la docencia (Una profesión vista como patrimonio exclusivo de las mujeres) han optado por otros caminos que han terminado por absorber aún mas potenciales aspirantes a docente. Este último hecho pone de manifiesto la necesidad de incorporar un enfoque de género a la hora de abordar los problemas asociados a la carrera docente.
¿Cuál es la consecuencia entonces de esta combinación esquizofrénica entre los imaginarios sobre la profesión docente y quienes la ejercen? Tiene que ver con la noción de exigencia a los docentes y rendición de cuentas. Hemos creado un ambiente en el que el pedestal moral de la profesión hace que quienes la ejercen no pasen por un proceso de rendición de cuentas, o lo que es peor, le demos carta blanca al mal desempeño bajo la explicación de que ‘Pobres profesores, antes logran algo’. Independientemente de las condiciones laborales de los docentes del sistema público y privado (Realidad que merece una discusión aparte), la falta de una exigencia de resultados y desempeño tanto a nivel institucional como social ha terminado por crear un ambiente malsano que, de hecho, favorece la falta de calidad en el ejercicio de la profesión docente.
El primer paso en la mejora de la calidad de la educación, entendiéndola desde las prácticas que los docentes llevan a cabo en sus respectivas aulas, pasa por reconocer a la docencia no como una especie de vocación ascética similar a la de los caballeros jedi, sino como una profesión de alta exigencia que requiere un conocimiento especializado, así como una formación en servicio constante. Cuando empecemos a entender la necesidad de tener sistemas de evaluación y rendición de cuentas para nuestros profesores, podremos pedirles un mayor estándar profesional y de conducta, que empezará una movilización para darle a este país la educación que merece y desesperadamente necesita.
*Columnista invitado de Alcentro.