Por: Carlos Andrés Ramírez*

Parecen distantes los días donde el universo de personalidades y referentes se reducía a lo que la televisión, la prensa y la radio mostraban. Esos tiempos, mejores para unos peores para otros, ofrecían una estabilidad de la cual casi no queda rastro.

En el mundo moderno, muchos han puesto su privacidad al servicio de los likes y las interacciones, produciendo contenido suficientemente llamativo, no necesariamente de calidad. Quienes hoy en día son personajes anónimos caminando en una acera a medio día pueden ser el día de mañana nuestros referentes, así como pueden pasar en cuestión de minutos del anonimato al desprestigio. Desde futbolistas hablando de economía hasta curas católicos hablando de sexualidad.

De entrada puede parecer un escenario perturbador, pero en realidad lo que la tecnología permitió con esto es mostrar cómo es el ser humano en lo más profundo de su ser. Un animal en búsqueda de la eternidad, la divinidad y la trascendencia. La única especie conocida capaz de moldear el mundo y crear toda clase de fantasías, si su público lo permite.

No tenemos idea de lo que queremos, hasta cuando alguien más no lo muestra. Esto aplica en todas las dimensiones de la naturaleza humana y el marketing lo sabe muy bien. En un periodo muy corto, esta rama ha alcanzado niveles de sofisticación muy altos, procurando hacerse de toda clase de herramientas para entender mejor el inconsciente colectivo y ofrecer a la gente, básicamente, lo que quiere.

Quienes sean ajenos a esta les sorprenderá como en un poco más de 50 años los profesionales del marketing evolucionaron de las encuestas y los Focus Group, al Neuromarketing y finalmente a la inteligencia artificial para entendernos mejor que nosotros mismos. Con esto último, se han ahorrado incluso la molestia de preguntarnos para pasar directamente a entregarnos un producto terminado.

La máxima sofisticación son los productos humanos precisamente, por medio de los cuales se mueven otros productos y servicios, algunos más inútiles que otros, cuya vida útil muchas veces tiene los días contados como bien sucede con cientos de aspirantes a influencers, víctimas ante la imposibilidad de mantener a tope, por suficiente tiempo, los niveles de dopamina de su audiencia y de los algoritmos, si su naturaleza también fuese biológica, desde luego.

Son precisamente estos últimos quienes de a pocos están dictando el rumbo de la civilización, detectan tendencias, mueven masas y deciden que está o no de moda. A medida que los programadores los sofistican, parecen ir por su cuenta y necesitar cada vez menos de sus creadores. Llegado el momento, vale la pena preguntarnos si la especie humana no luchará ya contra la opresión, sino contra la intrascendencia. Incluso en el campo creativo podemos llegar a ser sustituidos por una máquina que, como bien indica Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, musicalmente no necesitará superar a Tchaikovski. Bastará con que lo haga mejor que Britney Spears.

No necesariamente esto será malo. Puede que libere a miles de tareas inútiles para dedicar más tiempo a contemplar el cielo o mirar a los ojos de una mujer bonita. Puede que también, como ha sucedido con WhatsApp y el correo electrónico, nos condene a una vida de eterna conexión laboral, donde nos veamos obligados a contestar un correo urgente de un cliente mientras cuelga nuestra humanidad de un precipicio, tratando de llegar a la cima del Monte Everest. Sea cual sea el escenario, la historia nos dice que la humanidad no se detiene, solo que ese destino es radicalmente diferente siempre y cuando no olvidemos que, como bien dijo Don Draper en Mad Men: “las personas deseamos que nos digan lo que tenemos que hacer, por lo que escucharemos a cualquiera”, incluso, si ese cualquiera solo sea una supercomputadora de pequeños bombillos vibrantes, desprovista de consciencia, escondida en algún lugar de California.

*Miembro de número de la Dirección de Emprendimiento.

Carlos es Administrador de Empresas de la Universidad de la Sabana y Máster en Neuromarketing de la Universidad Internacional de la Rioja. Su experiencia y área de conocimiento abarcan mercadeo, innovación y desarrollo de nuevas tecnologías. También se ha desempeñado como blogger, youtuber y docente. Miembro activo de CEPI.

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